ARISTODEMO                    Un lugar literario
Diálogos insondables         Gonzalo Rodas Sarmiento

  Creatividad

   -¡Buenos días, amigo!
   -¡Buenos días! ¿Cómo es que estás acá en el Hades?
   -Es inevitable que todos lleguemos algún día a este lugar que llamas Hades.
   -¿Tú no le llamas Hades?
   -No, porque en mi época ese nombre estaba muy desvirtuado. Muchos lo confundían con el infierno.
   -¿Infierno...? ¿Qué es eso?
   -Es un supuesto lugar de castigo y tormento.
   -Ese lugar es el Tártaro. Veo que fuimos de distinta época.
   -Distinta época y distinto lugar. Yo nací en Francia. . . Lo que antes era la Galia.
   -¡Ah! Yo nací en Siracusa, una colonia griega. ¿Cuál es tu nombre?
   -Julio. ¿Y el tuyo?
   -Arquímedes.
   -Yo aprendí acerca de tu época, tu gente, tu cultura.
   -En cambio, yo no sé nada de ti.
   -¿Por dónde empezar? Mi verdadero comienzo ocurrió al entrar en mi adolescencia. Escapé de mi casa y estuve a punto de embarcarme hacia el Oriente. Pero eso no resultó...
   -¿Por qué no resultó?
   -Yo estaba enamorado de una prima, mayor que yo. Le conté a ella mis planes, y le prometí que a la vuelta le compraría un collar de perlas.
   -¡Ah! Me imagino que ella habló más de la cuenta.
   -Posiblemente. Lo concreto es que mi padre me sacó del barco, poco antes de que éste zarpara.
   -Te ganaste un castigo...
   -Peor que eso. Me hizo jurar que nunca me embarcaría.
   -¡Qué lamentable! En cambio, mi padre influyó mucho en mi formación. Él era astrónomo. Me mandó a estudiar a Alejandría. Allí, en un grupo de trabajo estudiantil medimos la circunferencia terrestre.
   -¿Cómo pudieron lograr eso?
   -Había que medir la sombra de un palo vertical en dos puntos distintos de un mismo meridiano, teniendo en cuenta la distancia entre los puntos, medida según la cantidad de vueltas que daba la rueda de un carro al ir desde uno de los puntos hacia el otro.
   -¡Qué notable! Eso sí que es aventura.
   -Yo quería radicarme allí para siempre, pero tuve que volver a Siracusa para ocuparme de mi padre enfermo. Llegué a una Siracusa en guerra. Mi leal esclavo Marco permaneció en Alejandría, pues yo tenía la idea de volver.
   -Mi padre también me mandó a estudiar a una ciudad importante. París, en este caso, la capital. Él quería que yo estudiara Leyes, pero a mí me gustaba escribir..., ya que no podía ser marino.
   -Tú y tu padre estaban en franca oposición.
   -Sí. Accedí a irme a estudiar, para dejar de tener las continuas peleas de todos los días.
   -¿Y cómo te fue en ese estudio?
   -Muy bien. Yo era una máquina de leer. Pasaba horas enteras en bibliotecas, leyendo también acerca de aventuras, viajes y ciencia. Igual me titulé de abogado, pero no ejercí. Tampoco quise volver a la casa de mi padre.
   -Supongo que te dedicaste a escribir.
   -Por cierto. Pero, eso no me servía para vivir, al comienzo, tuve que trabajar en un teatro, y también haciendo clases particulares. Muchos años después llegué a ser famoso con mis novelas.
   -Por mi parte, fui un investigador. Lo que más me interesó es la matemática. Diseñé máquinas innovadoras. Yo admiraba a Euclides, el padre de la geometría.
   -Sé que también llegaste a ser famoso en vida.
   -Lo que me ayudó en eso fue que el rey de Siracusa era primo mío, mayor que yo. Una hermana de él, Delia, siempre me gustó, pero pasaron muchos años antes de que me animara a casarme con ella. Después tuvimos un hijo.
   -Me pasó algo parecido. Yo pertenecía a un club de solterones, hasta que me enamoré de una viuda y nos casamos. También tuvimos un hijo.
   -Yo había estado muy cómodo siendo soltero porque mi hermana menor, Filira, me cuidaba como si fuera mayor que yo. De esa época tengo una anécdota muy divertida.
   -Háblame de eso, y después te cuento una mía.
   -El rey quería saber si su corona tenía realmente la cantidad de oro que le había dicho el joyero. Me encargó calcularlo. Pensando en eso, mientras me bañaba, se me ocurrió cómo hacerlo. Observé que al meterme al agua, el nivel que ésta sube me sirve para calcular mi volumen.
   -Tu anécdota siguió siendo famosa por muchos siglos.
   -¿Sí? Comprendí que no me costaría nada hacer lo mismo con la corona. Y según el peso, que es muy fácil de obtener, llego a saber la densidad de la corona.
   -Con toda facilidad.
   -Con el problema resuelto en mi mente, me levanté de la tina muy contento diciendo "Lo he encontrado". Los vecinos deben haber alcanzado a verme pasar desnudo. Y mi hermana también.
   -¡Qué genial!
   -¿Y cuál es la tuya?
   -En el colegio en que estábamos cuando chicos, con mi hermano Paul, que éramos muy unidos, la profesora contaba la historia de una mujer que esperaba eternamente a su marido, capitán de barco, imaginando las peligrosas aventuras que le impedían regresar.
   -Tu veta marina...
   -Claro. Yo estaba fascinado porque ya me atraía la vida de los marineros. Siempre había querido llegar a ser uno de ellos. Después, ya de grande, escribí la historia de esa mujer, en que inventé los nombres y todos los detalles.
   -¡Qué importante es la infancia!
   -Muy cierto. De niño, me gustaba jugar al telégrafo, con un pequeño objeto para dar golpecitos. . .
   -Comprendo que "telégrafo" puede venir siendo algo así como "escribir hacia lejos", pero explícame un poco en qué consiste.
   -Sí. Eso es. Uno escribe en un lenguaje de golpecitos que van interrumpiendo una señal eléctrica.
   -¿Electro. . . ? ¿Podría ser algo con ámbar?
   -Sí. Más de una vez habrás frotado ámbar en una tela. . .
   -Sí. Y se libera una fuerza.
   -Justamente. Imagina también los rayos de las tormentas, pero domesticados.
   -¡Fascinante!
   -Por un alambre delgado, flexible, y muy largo, ese impulso eléctrico entrecortado puede llegar muy lejos.
   -Y recuperarse en el otro extremo.
   -Pero, en mi juego de niño el cable no tenía más extensión que unas cuatro veces la estatura de una persona.
   -Como ves, es importante también seguir la intuición, pues de ahí surge la creatividad. Y completar la idea con un estudio matemático riguroso para dar forma al invento. Así fue como descubrí el tornillo sin fin para subir el agua.
   -En mi caso, me quedé sólo con la intuición, sin un estudio matemático, porque me dediqué a escribir acerca de viajes, aventuras, y anticipación. Eso último se refiere a imaginar los progresos que podrían producirse en un próximo siglo.
   -Pues, eso es lo esencial de la creatividad.
   -Por ejemplo, imaginé que el hombre podría algún día ir a la Luna. Y describí cómo lo imaginaba. Y un barco que navega sumergido, y un viaje al centro del planeta.
   -A propósito de barco, recuerdo que una vez el rey quiso construir un barco más grande que cualquier otro. Tanto, tanto, que. . . en la botadura encalló. Me pidió ayuda, una vez más. Con poleas y palancas logré reflotar la nave.
   -¡Bien! Pero, ya que te estaba hablando de imaginar futuro, hay algo que no me dejó en paz, en toda mi vida.
   -¿Qué fue?
   -Con esto de la telegrafía, no pude dejar de visualizar un progreso enorme que tendrá que darse en las comunicaciones. Llegué a imaginar una red telegráfica que abarcará todo el mundo. Disminuirá la cantidad de cartas escritas en papel; los negocios se tratarán a distancia.
   -Para mí, eso es un vuelo muy loco, pero..., ¿por qué no te dejó en paz?
   -El libro en que puse eso... no me lo quisieron publicar. Eso sí, no por lo loco del vuelo, sino por otro motivo.
   -Algún motivo habrán tenido en consideración.
   -Entre los muchos progresos urbanos que puse ahí, a esas alturas de mi vuelo, imaginé también algunas cosas muy pesimistas en la manera de vivir de la sociedad. Todo ese progreso no llevó a mi personaje hacia la felicidad, como había ocurrido con mis otros personajes, de libros anteriores.
   -Ya veo. Lo que tú estabas enseñando en ese libro no era lo que la gente quería aprender.
   -Pero, era lo que yo estaba en condiciones de proporcionar.
   -Así es la enseñanza. Yo escribí varias obras relacionadas con Geometría, enseñando cómo calcular, por ejemplo, el volumen de una esfera, o lo que ocurre con las líneas curvas que resultan de la intersección de un plano con un manto cónico. Los estudiantes de aquella época estaban muy interesados en eso.
   -¿Te gustaba enseñar?
   -Sí. Y a ti también. No lo dudes.
   -De veras. No sólo en un aula se puede enseñar.
   -Cierto. Durante el asedio de los romanos a la ciudad de Siracusa, construí un sistema de espejos con capacidad para incendiar las naves romanas, usando el calor del sol.
   -¿Eso era como entrar a la Política?
   -Probablemente, un poco, pero lo planteé en forma muy lúdica, y al final resultó ser un método de defensa bastante pacífico.
   -¿Pacífico? ¿Quemar naves?
   -No se quemó ninguna nave. Éstas optaron por escapar a tiempo, antes de entrar en ignición.
   -Más vale así. Yo también me interesé por la Política en mis últimos años. Pero, no me tocó guerra, menos mal.
   -Igual, ¿te habrán agredido alguna vez?
   -Sí, pero no en la política. Una vez un enfermo mental, que era hijo de Paul, me disparó en una pierna. A raíz de eso, hubo que internarlo.
   -Tuviste más suerte que yo.
   -¿Acaso te agredieron mortalmente?
   -Sí. Un soldado romano me estaba molestando mientras yo dibujaba diagramas matemáticos en la arena. Hasta me los borró con el pie. Me indigné y lo increpé. Es lo último que recuerdo de mi vida.
   -Así fue como te viniste a este lugar.
   -Se llama Hades. No lo olvides.
   -En cambio, yo morí de enfermedad.
   -Ya podemos decir que nos conocemos.
   -Seguiremos conversando mañana.
   -Hasta mañana.
   -Hasta mañana.
   
   


  Ayuda póstuma

   -¡Hola! Te veo muy ensimismada.
   -¿Quién es usted...?
   -Mi nombre es Sigmund. Pero..., ¿qué importa eso?
   -Bueno, pues yo soy Alfonsina.
   -Cuéntame qué te pasa. Creo que puedo hacer algo por ti.
   -Lo que me pasa es que no he podido sacarme de la cabeza las imágenes de lo último que viví.
   -Ya veo... Fue intenso, ¿eh?
   -Yo estaba totalmente terminada, pero seguía ahí dentro de mi cuerpo.
   -¿No te gustaba tu cuerpo?
   -Me gustó mucho, sólo hasta que..., al final..., se enfermó gravemente.
   -¿No había posibilidad de curación?
   -Ninguna. Decidí venirme a este otro ámbito, pasando a través del mar.
   -¿Y dejaste todo ordenado antes de venirte?
   -Mi hijo ya está grande..., se las puede arreglar. No creo que yo le haya hecho muy bien.
   -Ahí estás tocando otro problema diferente.
   -¿Cuál?
   -Tenías una baja autoestima. ¿De cuándo crees que te vino eso?
   -De niña chica, supongo.
   -Háblame de tu infancia.
   -Nací en Suiza, pero al poco tiempo nos trasladamos a Argentina. De ahí eran mis padres. Pasaban muchas dificultades económicas.
   -Sigue. Te estoy escuchando.
   -Desde pequeña me acostumbré a sobrevivir. Muy pronto tuve que ponerme a trabajar. Como mesera en un restorán familiar.
   -¿Y después?
   -Intenté ser actriz. Y también maestra en una escuelita de campo.
   -Ésas son dos cosas muy distintas..., ¿verdad?
   -Sí. Buscaba mi vida en distintas partes.
   -¿Y encontraste algo?
   -Creo que finalmente me encontré como escritora de poesías.
   -¿Por ahí dabas cauce a tu melancolía?
   -Supongo que sí. Le canté a la vida y a la muerte.
   -Hay instancias reprimidas que a uno le hacen daño. Necesitas hacerlas concientes.
   -Justamente, es lo que trato de hacer... Por eso me viste tan abstraída.
   -Me hablaste de un hijo... ¿Puedes hablarme de tus amores?
   -Fui madre soltera. Nunca pude establecer una relación sólida con el padre de mi hijo.
   -¿Amabas a otro hombre?
   -En ese momento, no.
   -Y después?
   -Mucho después. Tuve una amistad linda con un escritor uruguayo. Me habría gustado amarlo, pero..., él estaba enamorado de otra mujer, su amor imposible.
   -Por lo menos, ¿ha sido una amistad duradera?
   -No tanto. Terminó abruptamente. Él se suicidó.
   -¿Qué puede haberlo llevado a eso?
   -Él tenía un doloroso cáncer terminal.
   -Viviste muchas tristezas. ¿Sabes? Mi vida tuvo muchos aspectos parecidos a la tuya.
   -Ya. Ahora tú me cuentas.
   -Tuve cáncer en el paladar y en la mandíbula. Me operaron varias veces y hubo complicaciones. Viví con fuertes dolores y tuve que usar una incómoda prótesis bucal.
   -¡Qué sufrimiento! ¿Tenías alguien que te cuidara?
   -Mi esposa. Fue una gran mujer, nieta de un rabino.
   -Eso es una gran suerte.
   -Por ella y por mis hijos decidí refugiarme en Londres, antes de la segunda guerra. Yo sabía que me quedaba poca vida.
   -¿Y...? ¿Me empiezas a contar desde el principio?
   -Bueno. Tuve una infancia pobre, y eso me marcó mucho.
   -Sí. ahora veo la similitud conmigo.
   -Pero..., es que mi infancia fue extraña. Mi padre era muy mayor. Yo tenía hermanastros de la misma edad que mi madre.
   -Bueno, no es tan insólito.
   -A pesar de todo, llegué a ser médico. Siempre había querido dedicarme a la investigación biológica. Pero, las dificultades económicas me sacaron de ese camino.
   -¿Y a qué te dedicaste entonces?
   -Abrí una consulta como neuropatólogo.
   -¿Qué es eso?
   -Bueno, tenía que atender a personas con problemas en el sistema nervioso.
   -Yo podría haberte consultado.
   -Ahora lo estás haciendo.
   -Fue una bendición haberme encontrado contigo.
   -Y paso por aquí todos los días.
   -Seguiremos conversando, entonces.
   -Así es. ¡Hasta mañana!
   
   


  Fidelidad a lo esencial

   -¿Cuál es tu nombre?
   -Antonio José. ¿Y el tuyo?
   -John. Oye, Antonio, tu cara me parece haberla visto alguna vez.
   -¿Sí? Pero yo a ti no creo haberte visto antes.
   -Esa guerrera que tú usas es inconfundible.
   -¿Es posible que hayas visto algún dibujo?
   -Puede ser... ¿De qué país eras?
   -Se podría decir que de muchos países, o acaso uno solo, América del Sur.
   -¡Ah! Yo estuve en una ocasión visitando Sudamérica, y me interesé por aprender la historia de esos pueblos.
   -Por ahí ha sido. O sea que tú eres mucho más joven que yo.
   -Sí. Viví en el siglo XX.
   -Y yo, al iniciarse el siglo XIX.
   -¡Ah..., ya me acuerdo! Creo que te vi dibujado en una Galería de Libertadores.
   -Muy posible, pues a eso me dediqué.
   -Una enorme tarea. ¿Y...sabes? Yo fui Presidente de mi país. Un país grande de Norteamérica.
   -¿Y cuáles eran tus temas y lemas?
   -Luchar por la justicia y la paz.
   -Tal como los míos. Yo fui Presidente de un sector de América del Sur, el Alto Perú, que después se llamó Bolivia. Pero eso fue después de la gran batalla de Ayacucho, la decisiva.
   -Según he sabido, ahí cayó el último virrey colonizador.
   -Y me correspondió comandar las tropas esa vez, a mis treinta años de edad, en ausencia de Simón, mi gran amigo y jefe.
   -Creo que tenemos mucho en común.
   -Pero no la época en que vivimos.
   -Eso no importa. Nos movía la misma fuerza.
   -Y seguramente ha de habernos arrastrado hacia dificultades enormes.
   -Por lo menos a mí, sí.
   -Y a mí también. ¿Tuviste tú un trágico fin?
   -Así es. Hay tres balas que se disputan el haber logrado asesinarme.
   -En mi caso, hay cuatro balas en discordia.
   -¿También te asesinaron?
   -Sí. Me tendieron una emboscada.
   -¿Y cómo fue eso?
   -Yo iba subiendo hacia Quito, a caballo, acompañado de unos pocos soldados y un par de arrieros.
   -Hay cosas que nadie se imagina que podrían volver a pasar, pero siempre se las arreglan para ocurrir de nuevo.
   -¿Dices "volver a pasar"... en tu país?
   -Bueno, el asesinato de un Presidente ocurrió antes, con Lincoln. ¿Lo ubicas?
   -No me parece haberlo escuchado nombrar.
   -Entonces, sin duda, eres más antiguo que él.
   -¿Quiénes eran tus adversarios políticos?
   -Podría decirse que la extrema derecha... , pero... , más que adversarios políticos, hay intereses empresariales contra los que chocan los presidentes.
   -Bueno, parece que antes ese aspecto no pesaba tanto.
   -Es cada vez peor. A algunos les encanta atizar los conflictos, y que se armen guerras. ¿Y qué hay de los adversarios tuyos?
   -Los únicos que tenía en esos años eran los que se oponían a la Unión de América del Sur.
   -Ya veo... Unos tipos nefastos.
   -¿Y cómo fue que te asesinaron?, ¿había alguna Fuerza de Seguridad..., me imagino?
   -Yo iba en un coche abierto..., en la ciudad de Dallas. Después de mi muerte, yo me preguntaba "¿Cómo me atreví a eso?".
   -¿En ningún momento sentiste que era un riesgo muy grande ir en coche abierto?
   -Sólo por una breve fracción de segundo. Cuando vi que la marca del coche era "Lincoln" me vino como un presagio, pero lo deseché rápidamente. No atiné a darme cuenta que ahí había un mensaje para ser atendido.
   -Así como la vida tiene un sentido, también la muerte tiene un sentido.
   -Efectivamente. Quise ser fiel a ese pequeño trozo de divinidad que uno lleva dentro.
   -¿Cómo así?
   -No quise decirme lo que dicen muchos, descaradamente, "Si no lo hago yo lo va a hacer otro". Eso sería como comer de un fruto prohibido.
   -¿Qué es eso que hizo otro porque tú no te prestaste para ello?
   -Una guerra inútil.
   -Ya veo. El sentido de mi muerte fue bien parecido. Nunca quise renunciar a la Unión de América del Sur. Otros lo hicieron. Es algo que iba a ocurrir de todas maneras.
   -Bueno, Antonio José, espero que los países de América hispana se unan algún día, como tú hubieses querido.
   -Gracias. Y yo espero que en tu país no vuelvan a armar una guerra inútil.
   -Nos vemos.
   -Nos vemos.


  Inter Religioso

   -Hola, niña. Tan joven y ya andas por acá...
   -¿Y tú? No lo haces mal en eso de ser tan joven. ¿Cómo te llamas?
   -Me llamo Alberto.
   -Yo soy Ana
   -Veo que nunca dejaste de ser niña.
   -No tuve el tiempo para ello.
   -¿Cómo así?
   -Es que la guerra terminó llevándome... O sea, trayéndome.
   -Es una tristeza.
   -Yo quería llegar a ser una escritora.
   -¿Alcanzaste a escribir algo?
   -Sí. Unos cuentos. Y un Diario de Vida.
   -A mí también me gustaba escribir, pero de otros temas.
   -¿Por ejemplo?
   -Humanismo social, educación, la situación de los trabajadores.
   -¿Eras un político?
   -Quizás, un poco, pero en el buen sentido.
   -¡Ah! Menos mal.
   -Fui un sacerdote cristiano, y me apodaban "cura rojo".
   -Y yo era judía, perseguida como tal.
   -Fuisteis perseguidos por un loco maligno que inspiraba mucho miedo en sus secuaces.
   -Con mi familia vivíamos escondidos.
   -Un judío llamado Jesús fue la inspiración en mi vida... Y sigue siéndolo.
   -Siempre he admirado a ese judío llamado Jesús. Hasta tuve una estampita pegada en la pared de mi pequeña habitación en el escondite secreto.
   -Eres una gran persona. Dios permita que tus escritos trasciendan las paredes de tu escondite secreto.
   -Allí quedó mi Diario. Quisiera que no haya sido destruido.... ¡Y que alguien lo lea!
   -Confiemos en que así sea.
   -¿Y tú, cómo viniste a este mundo transitorio?
   -Tuve cáncer.
   -¿Sufriste mucho?
   -Creo que no tanto como tú.
   -Debes haber tenido una vida productiva.
   -Eso intenté. Trabajar con los jóvenes y los pobres.
   -Adivino que en América Latina.
   -Sí. Y tuve problemas con mi obispo por defender los derechos de los obreros.
   -Las jerarquías caminan lento.
   -Y hasta se estancan, si no se las apura un poco.
   -Eso no debe ser nada de fácil.
   -Bueno, con ayuda de familias pudientes y comprometidas con la causa, fundé un Hogar para los pobres.
   -Genial. Así, no sólo los pobres reciben lo que necesitan.
   -Cierto es. También los ricos reciben los bienes inmateriales que necesitan.
   -Yo leí un poco acerca de Jesús, y recién ahora entiendo lo de "Bienaventurados los pobres".
   -Y los perseguidos.
   -¿Y qué hay del amor al enemigo? Eso suena muy raro.
   -Tienes razón. Suena raro.
   -Pero..., algún significado ha de tener...
   -Y no es fácil descubrirlo.
   -¿Y tú...? ¿Lo descubriste?
   -No me jacto de estar tan seguro.
   -Sin duda, no es abrazarse con personas malignas.
   -Por cierto que no. Más bien, se refiere a transformar en prójimo al que aparece como adversario.
   -¿Algo así como dejar de tener enemigos?
   -Como en la parábola del samaritano que recoge del suelo a uno que se suponía enemigo.
   -¡Ya sé...! Jesús está en contra de las guerras.
   -Por supuesto. Y más aún, nos exhorta a resolver con amor los conflictos internos que tiene cada uno.
   -Yo pienso que la gente es buena de verdad en el fondo de su corazón.
   -Aunque ese fondo bueno lo tenga pisoteado.
   -Bueno, he de seguir mi camino.
   -Adiós.
   -Adiós.
   
   


  Idealismo

   -Veo que caminas tan lento que te alcancé.
   -¿Y? Si no tengo apuro. Ni estado físico, tampoco.
   -Por acá, nadie tiene apuro, según me he dado cuenta.
   -Creo que es bueno detenerse un poco. Así, conversando, tendremos un viaje más acogedor. Se trata de disfrutar el viaje, y no de correr tras una meta.
   -En estos años de ahora, ya no tengo ninguna meta.
   -Entonces, ¿antes tenías? Cuando estabas allá...
   -¿Quién eres?
   -Me llamo Oscar. Amo la belleza, y trato de interpretar el vuelo de las golondrinas. ¿Y tú, quién eres?
   -Mi nombre es Ernesto.
   -No te puedo creer. Pero, ¡qué regalo! No te imaginas la felicidad que me da... Que un Ernesto sea ahora mi compañero de senda. Increíble. ¿Y eres formal?
   -Para nada. Parece que das mucha importancia a mi nombre.
   -Siempre se la he dado. Desde que estaba allá y me dio por escribir, justamente acerca de esa circunstancia extraordinaria.
   -¡Ah! Ya sé... Eres poeta.
   -Bueno, sí, ¿por qué no? En vida escribí cosas que aún me gustan, como si las viera por primera vez y no las hubiese escrito yo.
   -Me viene bien compartir el camino con alguien culto, como tú, Oscar.
   -Culto y curioso. Quiero saber todo sobre ti. ¿A qué te dedicaste?
   -A buscar la justicia y la libertad de los pueblos, luchando por los derechos de los más pobres.
   -¡Ah! Por ahí estaba tu meta. Y, cuéntame cómo fue que tuviste que venir a este otro ámbito, a buscar el Paraíso, porque... ¿en eso estamos, no?
   -Por cierto, en eso estamos.
   -Y la señalización caminera no ayuda mucho. Pero, ¿sabes? podré conocer lo que fue tu vida, si me cuentas tu muerte.
   -Me mataron en una sala de clases, de una escuelita pobre, pobre, pobre, de un pueblito pequeño, perdido en la sierra. La escuela tenía dos puertas, dos ventanas y dos salas.
   -Entonces, también eres culto, Ernesto. Y amas a los pobres.
   -Lo más notable de mi muerte fue el haber conocido a la maestra. Era casi una niñita. Y se las arregló para convencer al guardia que la dejara entrar. ¡Entrar a su ámbito usurpado! Y me llevó un pan escondido. Yo necesitaba conversar con ella, ¿sabes?
   -¿Y lo lograste?
   -Claro que sí. Me apoyé en lo que ella había dejado escrito en el pizarrón. Pude darme cuenta que era una mujer extraordinaria.
   -¿Y qué hablaron?
   -Me reprendió por haber dejado a mi familia. Yo traté de explicarle mis motivaciones. Que los niños merecen una escuela de verdad y no esa que tenían. Hasta le prometí construirle una si salvaba con vida.
   -Lástima que no pudo ser.
   -No pudo ser... Desde su casa, la maestra escuchó las ráfagas de balas, y acudió corriendo.
   -Eres un idealista. Supongo que has quedado como un faro para mucha gente.
   -Me quieren. No me puedo quejar. Siempre me consideré un ciudadano de América Latina, que es una tierra fácil para algunos y muy difícil para la mayoría. Pude haber vivido con mi familia. Pude haber ejercido la medicina. Incluso, pude haber sido un ministro de Fidel, y tener una vida larga. Pero, eso no es lo mío. Me entregué entero a una causa. En cuerpo y alma.
   -Mi final fue mucho menos glorioso.
   -Cuéntame, Oscar.
   -Mi última muerte fue de enfermedad. Meningitis. Se me complicó una infección del oído interno. Tú entiendes de eso. Y ocurrió en una ciudad tan bella, como es París. Asistió a mi funeral el dueño del humilde hotel, que yo ni siquiera podía pagar. Quedé debiendo.
   -Dices... última muerte... ¿Acaso tuviste una muerte anterior?
   -Sí. La cárcel de Reading fue atroz. Me devoró toda mi vitalidad.
   -¿Por qué fuiste a parar a la cárcel?
   -Tuve la desafortunada idea de querellarme contra un tipo muy poderoso, y teniendo yo tanta vulnerabilidad.
   -Algo muy grave te habrá hecho ese hombre.
   -Me acosaba. Me desprestigiaba. Finalmente, me acusó de pervertir a su hijo. Imagínate. Siendo que él lo trataba tan mal. Nunca fue un padre para Alfred. Todo lo contrario. ¡Un tipo detestable! En cambio, a Alfred le tomé un tremendo cariño. Él es muy bello. Entre los dos nos ayudábamos a odiar a su padre.
   -¿Fuiste homosexual?
   -Sí, Ernesto.
   -¿Y... habiendo tantas mujeres hermosas?
   -Y teniendo yo una esposa admirable, que merecía un mejor marido. Yo la amaba... y la destruí. El hombre mata lo que ama, y por eso ha de vivir encarcelado. Me refiero a la prisión interna en que está atrapado cada ser humano. ¿Entiendes?
   -Claro que entiendo.
   -Me di cuenta de esto al sufrir ese horrible encierro. Y pude escribirlo antes de morir. Ese es mi legado. Más allá del príncipe feliz y del gigante egoísta, que ojalá ayuden también a las personas a comprenderse mejor.
   -Y aquí vamos los dos, en busca de un paraíso remoto y añorado.
   -Jamás podremos dejar de buscarlo.
   
   


  Conflictos insolubles

   -¿Cómo es tu nombre?
   -José Manuel. ¿Y el tuyo?
   -Dean. Oye, José Manuel, tu cara me parece conocida, creo que te he visto antes.
   -¿Sí? Pero yo a ti no creo haberte visto antes.
   -Esos bigotes que tú usas son inconfundibles.
   -¿Es posible que hayas visto una fotografía?
   -Puede ser... ¿De qué país eras?
   -De un pequeño país, largo y angosto, en el sur de América.
   -¡Ah! Yo estuve en una ocasión interesado por aprender la historia de esos pueblos.
   -Por ahí ha sido. O sea que tú eres mucho más joven que yo.
   -Sí. Ya me acuerdo. ¿Fuiste un Presidente?
   -Sí. Yo fui Presidente de la República.
   -De Chile, ¿cierto ?
   -Sí. ¿Conoces Chile?
   -¡Que si no lo voy a conocer... ! Es mi segunda patria.
   -A ver... Explícame eso.
   -Te cuento la historia desde el principio. Yo era un cantante, en USA, mi país de origen, pero no tenía mucha llegada. A pesar de haber grabado discos, apenas me conocían.
   -A ver, espera un poco... En mis tiempos, estaban recién inventando el micrófono y el fonógrafo. Incluso, escuché hablar del disco, como un invento muy moderno.
   -Bueno, un siglo después ese invento ya había evolucionado a algo trivial.
   -Perdona la interrupción. Sigue, no más.
   -Me enteré que una de mis canciones, mi favorita, estaba en el primer lugar del ranking en Chile. ¿Te puedes imaginar?
   -Claro que sí. Mis compatriotas son muy afectuosos.
   -El caso es que me fui de gira por el cono sur, y me detuve especialmente en Santiago de Chile. Es que ahí yo estaba fascinado. Me enamoré de tu país. Después estuve viviendo en Santiago durante algunos años.
   -¡Qué genial!
   -En Chile tomé conciencia, como ser humano..., es que conocí una realidad difícil, que antes nunca había visto.
   -¿Fue duro?
   -No. Fue un importante conocimiento nuevo. En Chile, yo era feliz.
   -¿Qué tendencia política gobernaba?
   -Al comienzo, un conservador; después, la democracia cristiana, un partido de centro. Y al final, llegó al gobierno un socialista. Fue elegido, y yo participé en su campaña... Cantando, claro, si eso es lo mío.
   -¡Qué increíble evolución! Desde la derecha hasta la izquierda.
   -Sí. Había una tremenda mística. Y también había polarización.
   -Si había polarización, ¿cómo pudo surgir ese gobierno de centro, entre medio?
   -Bueno, además de que en ese momento la polarización no era tan fuerte aún, la Derecha tuvo que apoyar esa candidatura, a regañadientes, por miedo al socialismo.
   -La polarización surge cuando uno de los extremos es muy fuerte. Es inevitable que crezca el otro.
   -Tienes toda la razón.
   -Mira. Al comenzar mi gobierno, la primera polarización que había era religiosa. Mi partido era anticlerical. Y el partido de la oposición era extremadamente católico.
   -¿Y había alguna entidad más centrada?
   -Mis seguidores más cercanos, y yo mismo.
   -¿A pesar de tu partido?
   -Efectivamente. Desde gobiernos anteriores se estaba viviendo una situación de conflicto entre el poder político y el poder religioso. Para que te formes una idea, basta con decirte que no había Arzobispo de Santiago.
   -¿Durante mucho tiempo?
   -Durante varios años. Estaban cortadas las relaciones diplomáticas con el Vaticano. Yo las reanudé. Y propuse como Arzobispo al que había sido mi profesor de Teología cuando estuve en el Seminario. Mi proposición fue acogida por el Papa.
   -¿Estudiaste para cura?
   -Sí. Sólo unos pocos años. Después me salí porque privilegié mi camino político, más aún perteneciendo a un partido que no tenía nada de religioso.
   -¿Cómo resultó eso de hacer las paces con la Iglesia?
   -Por un lado, gané enemigos en mi partido; y por otro lado, los fanáticos religiosos, que me habían odiado, siguieron odiándome.
   -Los odios de los fanáticos..., han producido tanto mal en el mundo.
   -Y no sólo en el ámbito religioso.
   -Claro que no... Tantas guerras... Recuerdo una vez que yo estaba indignado por la conducta guerrera de mi país, estando yo en Chile, durante el gobierno del centro, lavé la bandera de USA frente a la Embajada en Santiago.
   -Eres un gringo pacifista.
   -Pacifista activo. Esa vez fui detenido, pero al poco rato me soltaron.
   -¿Qué pasó después del gobierno socialista?
   -Ni te cuento. Fue atroz. Pero, yo ya no estaba en Chile. Me había ido a Argentina, en busca de algo que para mí era primordial.
   -¿Qué era tan primordial?
   -Yo quería ser actor. Pero, en Chile el cine estaba poco desarrollado.
   -¿Le llamas "cine" al teatro?
   -Tiene que ver con teatro. Imagínate proyectar en la pared una sucesión de fotografías, dando la sensación de movimiento.
   -¡Ah! Ya recuerdo que algo de eso estaba en investigación. ¿Cómo te fue en el cine argentino?
   -No tuve mucho éxito. Y me vi obligado a salir de urgencia hacia Europa, porque irrumpió también una dictadura militar.
   -Me da mucha tristeza al escucharte. Mi gobierno también terminó mal.
   -Sí. Supe que se te armó una guerra civil. ¿Cómo fue eso?
   -Mira... Yo propiciaba la intervención del Estado en la Economía para lograr la industrialización. Hubo tal oposición que perdí el apoyo de los partidos políticos. Empezaron a rechazar todo.
   -Ya veo. Y ellos manejan el Parlamento.
   -Efectivamente, así quedó trazado el conflicto.
   -Irreconciliable..., ya lo sé.
   -Incluso, intenté que pudiera haber un nuevo Congreso.
   -¿Funcionó?
   -No. A tal punto que, la Armada intentó tomarse el poder. Y para peor, las Fuerzas Armadas estaban divididas.
   -El resto..., ya lo sabemos.
   -Tuve que enfrentarme a una muerte violenta.
   -Lamentable.
   -¿Y tú?
   -A mí también me tocó una muerte violenta.
   -Cuéntame.
   -Desde el nuevo principio... Otra vez.
   -Te escucho.
   -Te estaba contando que me fui a Europa, porque ya no era bien recibido en ningún país del continente americano.
   -¿Ni siquiera en los Estados Unidos?
   -Ni siquiera. En Europa me dediqué, en alguna medida, a cantar rock y canciones de protesta que aprendí en Chile. Cierta vez, se me acercó un señor importante de la RDA...
   -Explícame... ¿qué es la RDA?
   -¡Ah! Veo que eso todavía no era el principio... Bueno, ocurrió algo muy sangriento en el mundo, a mediados del siglo veinte, una guerra devastadora. Un nefasto dictador alemán fue el gran derrotado al término de esa guerra que él había provocado. Su país sufrió una división. Una parte del territorio pasó a ser controlada por uno de los países vencedores, con un sistema político autoritario, basado en las ideas del economista Marx.
   -¿El que escribió "El capital"?
   -Justamente.
   -Ya voy entendiendo. Supongo que dicho territorio es lo que llaman RDA.
   -Así es. Esta RDA dio asilo a muchos refugiados chilenos. El caso es que me fui a trabajar a la RDA. Como cantante de rock, ya que la juventud de ese país quería a los ídolos de la música de ese entonces, y se los tenían prohibidos. Para ese gobierno, yo fui la gran solución a un problema social que tenían.
   -¡Qué increíble! Las cosas que han pasado en el mundo.
   -Para mí fue una experiencia importante, pero incomprendida.
   -¿Y entonces?
   -Algunas autoridades desconfiaban de mí, como si fuera espía.
   -Estabas en un callejón sin salida... Como estuve yo.
   -Quise volver a Chile, en plena dictadura. Ese pueblo, tan querido por mí... Tu pueblo, que luchaba como podía.
   -Fuiste valiente.
   -Pude entrar a Chile, y me presenté a cantar la protesta en un pueblo minero, y también en la Universidad.
   -¿Y qué te hicieron?
   -Querían ponerme en la frontera con Argentina, pero el gobierno de ese país protestó a través de su Embajada. Al final me pusieron en un avión con destino a New York.
   -En tu país de origen, nuevamente.
   -Tampoco me quisieron. Volví a la RDA. Al poco tiempo, me agarraron unos tipos y sumergieron mi cabeza en el lago. No supe más.
   -¿Así fue como llegaste acá?
   -Ése fue mi tránsito.
   -Tuvimos caminos tan parecidos y tan distintos a la vez.
   -Fue bueno encontrarnos y compartir.
   -Seguiremos adelante, de alguna manera.
   -Parecida y distinta a la vez.
   -Adiós.
   -Adiós.
   
   


  Niñez

   -Veo que hoy es mi día de suerte.
   -¿Por qué, señor. . . ?
   -Hans Christian es mi nombre. Y la suerte es encontrarme contigo.
   -¿Acaso usted me conoce?
   -No, pero en este ámbito eso da igual.
   -Yo soy Marcela. Y no me viene mal conversar un rato.
   -¡Qué bueno! ¿Quién empieza?
   -Usted, por supuesto.
   -Ya puedes tutearme. Recuerda que no tenemos edad.
   -Está bien, Hans Christian.
   -En vida me dediqué a escribir.
   -¡Yo también!
   -Ya sabía yo que tenemos algo en común.
   -Sí, pero yo escribí historias de niño. En realidad, para niños y adultos.
   -Igual que yo. ¡Qué coincidencia!
   -Fue lindo dar vida a un personaje niño, que conquistó a mucha gente. Le llamo Papelucho, porque a mi marido, José Luis, le decían Pepe Lucho.
   -Me dan ganas de leer acerca de Papelucho, a quién nunca conocí.
   -Pero, te conociste a ti mismo cuando eras niño..., supongo.
   -Tuve una niñez muy movida, con algunos aspectos buenos, y otros no tanto.
   -¿Me hablarás primero de los buenos?
   -Sí, Marcela. Gracias a mi padre, que me fabricó un pequeño teatro con marionetas. Yo jugaba con eso, imaginando un público que aplaudía.
   -Parece que eras solitario, como yo.
   -Sí. Y había una adivina, amiga de mi mamá, que leía el futuro a la gente en los naipes, y les daba pociones mágicas. Ella despertó mi imaginación.
   -Bendita imaginación, alma del que escribe. A mí me la despertó mi institutriz. Nunca fui a la escuela, ¿sabes?
   -Yo fui a la escuela, pero sólo hasta los once años, cuando murió mi padre.
   -A mis once años murió mi hermana mayor. Ésa fue la gran tristeza de mi niñez.
   -Ya que empezamos con las tristezas de infancia, la mía fue muy pobre. Vivíamos en una pequeña habitación. Mi padre era zapatero, y mi madre lavandera. ¡Ah! Pero, no todo ha sido triste.
   -Me gusta cómo privilegias lo bueno.
   -Sí. Una vez que mamá le llevaba la ropa limpia a una señora de la nobleza, la acompañé, y ocurrió que el hijo de esta señora se metió en dificultades, y yo lo ayudé a salir.
   -Eras un buen muchacho.
   -Gané un amigo, y eso fue bueno para mí. Fui muchas veces a jugar con él.
   -¿Y qué puedes decirme de tus personajes?
   -El patito feo. Ése era yo mismo. No sólo feo, sino que distinto a los demás. Yo fui ese niño que no lograba encajar en su mundo.
   -Y que después descubrió que no encajaba porque no era tan superficial como los demás... Era un cisne.
   -¿Lo leíste?
   -Por supuesto. ¿Quién no lo ha leído?
   -Lo que más quería era ser cisne en vez de pato feo.
   -Y gracias a esa aspiración lograste serlo.
   -Otro de mis personajes es una niña que vendía fósforos. Esa pequeña daba luces.
   -También leí un cuento tuyo que me gustó mucho, acerca de un sastre que le tenía que hacer un traje al rey. Disfruté ese cuento. Es genial.
   -Y yo disfruté escribiéndolo, Háblame de Papelucho.
   -Es un niño inquieto e imaginativo. Le pasan las mismas cosas que a cualquiera, o por lo menos, las que me pasaban a mí cuando niña. Eso sí, él las interpreta ingeniosamente. Traté de hacerlo divertido.
   -Creo que tú y yo somos eso que llaman "almas gemelas".
   -Será por eso que una vez me dieron un premio literario que lleva tu nombre.
   -Te aseguro que alguna vez habrá un premio literario que llevará el nombre tuyo.
   -Gracias, Hans Christian. Adiós
   -Adiós, Marcela.
   
   


  Arte deportivo

   -Ando buscando a George, que también ha de estar por estos lugares.
   -Acabas de encontrarlo, pues me llamo Jorge, o George, si prefieres.
   -¡Oh! Veo que acá las cosas funcionan..., pero no como uno las estaba pidiendo.
   -Espera. ¿Acaso no nos conocemos?
   -Me puedes haber visto más de alguna vez. Hubo un tiempo en que yo salía en la televisión.
   -¿Cómo es tu nombre?
   -John.
   -¿A qué te dedicabas en vida?
   -Fui músico.
   -Ya. Te tengo. Estabas en los Beatles...
   -Sí, justamente.
   -Recuerdo cuando mi hija os escuchaba.
   -Oye, Jorge..., creo que también te he visto en alguna parte.
   -No creo.
   -¿Salías también en la televisión?
   -No. Cuando yo tuve fama no había televisión.
   -Tu rostro me es muy familiar.
   -Puede que me hayas visto jugar..., cuando tú eras niño.
   -¿Jugar?
   -Futbol.
   -Ya. Ahora lo sé... ¡Robledo! Del Newcastle.
   -Claro.
   -Eras ídolo, durante mi infancia. Hasta dibujé tu gol más importante.
   -¿Cuál dibujaste?
   -Lo copié de una foto del diario. Ese gol con que el Newcastle venció a Arsenal y así ganó la copa de ese año.
   -¡Ah! Ya lo recuerdo.
   -Fue grandioso.
   -¿Y por eso se te ocurrió dibujarlo?
   -No. La idea de dibujarlo me vino de repente, al mirar la foto, me fijé en el jugador de Newcastle que aparece en primer plano, con el número 9 en su espalda.
   -Él debe haber sido tu jugador favorito.
   -Tampoco fue por algo así.
   -No sé si te entiendo.
   -La escena representa mi dirección.
   -¿Cómo así?
   -Yo viví mis primeros años en la calle Newcastle, número 9. La casa de mi madre.
   -Ahora entiendo... Añorabas a tu madre.
   -Algo así.
   -Pero, después la vida se te arregló. Llegaste a ser ídolo mundial.
   -Sí, pero la fama no es algo que uno pueda traerse a este otro ámbito.
   -Exactamente. Ya me había dado cuenta de eso.
   -Me decían que soy un soñador.
   -Está muy bien, y no eres el único.
   -¿Cómo siguió tu vida después de Inglaterra?
   -Me fui a mi patria y jugué por Colo-Colo.
   -Deben haber sido pocos años.
   -Sí, muy pocos. En uno de esos años me casé con una mujer encantadora, y después tuve una vida quitada de bulla.
   -En cambio yo, siempre tuve una vida llena de bulla.
   -De música, querrás decir.
   -Sí. Cierto.
   -Bueno, hemos de continuar nuestros caminos.
   -Adiós, Jorge.
   -Adiós, John, ojalá encuentres a tu amigo George.
   
   


  Renovaciones

   -Buenos días.
   -Siempre son buenos.
   -Casi siempre.
   -Bueno..., mejor de lo que podrían haber sido.
   -Tienes razón. Parece que somos de distinta época.
   -Creo que no te equivocas. Yo soy del siglo 20.
   -Pues, yo estuve un poco en el siglo 18 y otro poco en el 19. Me llamo Camilo.
   -Mi nombre original es Angelo, pero después lo cambié por Giovanni.
   -¿Italiano? Veo que también somos de distinto país.
   -Sí. Italiano. ¿Y tú?
   -Chileno. Fraile de la Buena Muerte. Y eso que esa Orden no estaba en Chile.
   -¿Cómo así?
   -Es que a los quince años me enviaron a Lima a continuar mis estudios. Era como la capital de América del Sur. Allí viví muchos años. Y allí me ordené sacerdote.
   -Entiendo que si nos hemos encontrado es porque tenemos cosas en común.
   -No me digas que también fuiste sacerdote.
   -Te lo digo.
   -Bueno, pero yo era un poco atípico, debo decir sinceramente.
   -¿Por qué lo dices?
   -Porque a pesar de mi voto de obediencia, yo leía libros prohibidos. Por ejemplo, de Jean Jacques Rousseau.
   -Me imagino que eso te ha traído problemas.
   -Claro que sí. Fui censurado por la Inquisición española. Ten en cuenta que en ese tiempo éramos Colonia.
   -Lo siento, verdaderamente. ¿Cómo pasaste eso?
   -Fui a parar a una mazmorra. Por varios meses, hasta que el Fraile Superior consiguió que me enviaran a Quito. Fue bueno porque pude entrar a estudiar Medicina, aunque sólo unos pocos meses. Volví a Chile.
   -Yo viví una experiencia similar, aunque no tan dramática.
   -¿Cómo fue eso?
   -Tuve que dejar mi Cátedra en la Universidad en Roma, porque fui acusado de modernismo. Me enviaron a Bulgaria. Fue bueno, porque eso marcó el inicio de mi carrera diplomática.
   -¡Ah! Tú eras un cura de alto nivel.
   -En ese tiempo era obispo.
   -¿Y después de Bulgaria...?
   -Fui Nuncio en Grecia y Turquía. Al mismo tiempo. Países que estaban en conflicto.
   -¿Y después?
   -En eso estalló una guerra mundial. ¿Te puedes imaginar eso?
   -¡No!
   -Hacia el final de la guerra me trasladaron a Francia, para resolver las dificultades que había en la Iglesia francesa, país invadido por un dictador racista.
   -¿Esas cosas... pasaban en el siglo 20?
   -No quiero ni imaginar lo que pasará en el siglo 21.
   -Bueno, pero me estabas contando acerca de esa horrible guerra.
   -Durante ese tiempo logramos socorrer a muchos judíos, que eran perseguidos. Les conseguimos documentación para viajar al continente americano.
   -Tú debes haber sido diplomático en todas tus actitudes. Lo que podríamos llamar "tu vida real".
   -Ahora que lo dices, y con tanta claridad, recuerdo una pequeña anécdota que te puedo contar.
   -Te escucho.
   -Cuando yo era patriarca de Venecia, había un sacerdote que frecuentaba un prostíbulo. Lo esperé un día y le dije que quería confesarme. Con ese objetivo fuimos a palacio. Después de recibir la absolución, le dije "Tienes un don maravilloso para rescatar a los pecadores y pecadoras".
   -Eres grande, Giovanni. Eso debe haber sido sanador para él y para aquellas mujeres.
   -Sí. Se dio cuenta de la importancia del perdón.
   -A propósito, tú podrías sacarme de una duda que tuve durante toda mi vida. ¿Qué significa que el pecado contra el Espíritu Santo no se perdona? Está en Lucas 12.
   -Pecar contra el Espíritu Santo significa haber repudiado todo lo positivo que hay en el ser humano. Incluyendo el perdón. Si alguien repudia el perdón, ¿cómo podría esa persona recibir perdón? Para ser perdonado, es esencial valorar lo que eso significa.
   -Eres una gran persona. Yo, ahí, no más, me gustó la Orden de la Buena Muerte porque tiene un cuarto voto, de asistencia a los moribundos.
   -En eso, tenemos otra coincidencia. En la primera guerra mundial fui sargento de sanidad.
   -¿Sabes? A mí me habría gustado ser médico. En Buenos Aires intenté continuar mis estudios de Medicina, pero alcancé a estar un poco más de un año. La situación económica no me permitió perseverar.
   -¿Cómo fue eso de haberte ido a vivir a Buenos Aires?
   -Es una larga historia. Todo empezó con la proclama.
   -Cuéntame.
   -Estando en Chile, que era colonia española en vías de emancipación, escribí una proclama revolucionaria, que circuló por las calles de Santiago. En ella me referí a la esclavitud, a los derechos de las personas, y a la necesidad de tener un parlamento.
   -Te adelantaste a tu época.
   -Por lo menos el Papa Pío VII incitaba al clero de América Hispana a "destruir la cizaña sembrada por el enemigo", refiriéndose a muchos que pensaban como yo.
   -Me lo puedo imaginar claramente. Te cuento que cuando estuve en Francia ya se hablaba allí de una nueva teología. Surgieron los curas obreros. Fueron muy resistidos por la jerarquía. Incluso, un poco antes de mi muerte ya se empezaba a hablar de una nueva teología..., de liberación..., precisamente en América Latina.
   -¡Qué largos son los procesos!
   -¿Y qué pasó con la proclama?
   -Se instaló el primer Congreso Nacional. Fui elegido senador y llegué a ser Presidente del Senado.
   -De un país en vías de emancipación.
   -Efectivamente, en vías. Porque a los dos o tres años la rebelión fue derrotada y tuvimos que exiliarnos en Argentina. Fue angustioso y me sentí muy solo.
   -Pero fuiste un iniciador, y eso es muy valioso.
   -Hasta fundé un periódico cuando estaba en Chile.
   -Lo que son las cosas. Al final..., yo fui Papa. Entonces inicié un Concilio, para que entrara aire fresco a la Iglesia. Con invitados cristianos no católicos, con derecho a voz.
   -¡Qué grandioso!
   -Fue importante, pero tendrá que darse la ocasión en que se haga un nuevo Concilio, pues la Iglesia siempre se va quedando atrás.
   -Te confieso que..., en cierto momento, yo dejé de usar la sotana. Fui muy criticado por eso.
   -Adelantado a tu época. Ya te lo dije.
   -Bueno, ya seguiremos conversando.
   -Así sea.