ARISTODEMO                    Un lugar literario
Julián de Eclana         Gonzalo Rodas Sarmiento

  

   Julián de Eclana       (Este relato pertenece al libro: La Iglesia Niña)

   Nací cinco años después del Concilio de Constantinopla, que hoy está empezando a hacerse notar, y provoca discusiones. Me pusieron por nombre Julián para que tuviera gran fortaleza. En mis oraciones pido ser capaz de hacer honor a ese nombre.
   Me llevo bien con Agustín, quién es muy amigo de mi familia, y tiene una edad parecida a la de mi padre. Aunque proviene del norte de África, estuvo viviendo un tiempo en Roma y en Milán, y se acostumbró a visitarnos con alguna frecuencia, que no es tanta tampoco. Una vez al año viaja a la península itálica, y en cada uno de sus viajes viene a esta casa, con Alipio, su gran amigo. Mi madre no está del todo contenta con nuestra amistad hacia Agustín. Dice que ese hombre ha tenido una vida desenfrenada con mujeres de mal vivir, y que estuvo conviviendo con una florista, sin estar casado, y hasta tienen un hijo. Se llama Adeodato, y ya murió, teniendo poca edad.
   Sin embargo, mi tío Agustín, como lo nombro a veces, dice que su pasado turbio ya terminó. Y nos habla de su madre. Que era muy estricta, la maltrataba el esposo, y la suegra le hacía la vida imposible.
   Agustín estudió en Cartago, no sólo filosofía, sino también literatura y oratoria. En cambio, nunca soportó estudiar Griego. Él hizo clases de Retórica en la universidad, en MIlán. Eso es el arte de hablar bien y usar el lenguaje para persuadir. Allí vivió con su madre, con Adeodato, y con Alipio. Hace ya un tiempo, volvió a sus tierras.
   También nos contó que tuvo, hace varios años, una feroz discusión con el papá de Alipio, quien no permitía que su hijo tuviera esa amistad.
   Ahora que tengo 17 años, Agustín me cuenta más cosas. Me ha contado que cuando él era niño rezaba en voz alta, y se reían de él. Eso no le hizo nada de bien. En su juventud, él se metió en un movimiento llamado maniqueísta, del cual ya ha renegado porque tuvo un conflicto con el jefe, el obispo Fausto. En el movimiento maniqueo piensan que lo bueno de la persona ha sido creado por Dios, mientras que lo malo de la persona ha sido creado por una fuerza maligna. Por eso, consideran que el hombre no tiene libertad para dejar de pecar. Para ellos, la relación sexual es siempre pecaminosa.
   Agustín afirma que él ya no suscribe la doctrina maniqueísta, pero yo veo que no está del todo fuera de ella. Hasta le escuché decir, una vez, que Adeodato fue fruto del pecado. Me impresionó mucho esa aseveración, pues yo pienso que el pobre chico fue fruto del amor. Cuando intenté defender esa posición, Agustín siguió hablando de la pelea que tuvo con el obispo Fausto.
   -Fausto era un tipo que hablaba con elegancia -explicó Agustín-, pero decía puras tonteras, y se lo grité en su cara, en Cartago.
   La madre de Agustín llegó al extremo de echarlo de la casa, en los tiempos maniqueos, por andar metido con esos granujas, según ella. La pobre rezaba y rezaba para convertir a su hijo, hasta que lo logró. Agustín y Alipio fueron bautizados por el obispo Ambrosio, en Milán. Eso me lo han contado, pues ocurrió cuando yo era aún un bebé.
   Cuando vienen Agustín y Alipio, jugamos a los dados. Una vez, Alipio pilló a Agustín haciendo trampa, y lo reprendió. Yo me sentí con la libertad de hacer trampa también, pero entonces fue Agustín el que se dio cuenta, y me retó.
   Alipio es una persona muy sensible, y exigente en su profesión de jurisprudencia. Lucha contra la injusticia y la corrupción, a tal punto que es mal mirado por los poderosos. No anda conquistando mujeres, ni quiere tampoco que Agustín lo haga. De hecho, Agustín está muy arrepentido de la vida que llevaba. Alipio le ha enseñado a cultivar su vida interior.
   Yo me intereso mucho en las cosas que ellos me hablan. Notable fue el asunto del ángel caído. Les pregunté qué pensaban acerca de ese famoso cuento que alguien escribió hace pocos años. No se sabe quién es el autor, pero se sospecha que es una persona muy cercana al emperador, y que quiere pasar en forma anónima. Alipio es el que mejor conoce la historia de este relato que parece sacado de alguna antigua mitología.
   -No es de la mitología -aseguró Alipio, y explicó cómo un error de Jerónimo, el traductor de la Biblia, dio pie para que alguien inventara lo del ángel caído.
   -¿Cómo fue eso? -quise saber más.
   -Jerónimo tradujo el angélico nombre Helel que Isaías había asignado a un rey arrogante, caído muy bajo, en desgracia -continuó Alipio-, y le puso Lucifer, que significa, igual que Helel, "el que trae la luz". Esto, que pudo haber pasado sin problema, fascinó a los enemigos de los luciferianos, movimiento de los discípulos del fallecido obispo Lucifer de Cagliari, que luchan por lograr que la Iglesia deje de estar bajo el mando del Emperador.
   -¿Jerónimo lo hizo a propósito? -pregunté.
   -No creo. Pienso que no tuvo esa intención, sino que fue un simple error. El resultado concreto es que apareció, poco después, una presunta mitología apócrifa acerca de ángeles pecadores, uno de los cuales tendría por nombre Lucifer, y de ángeles que castigan a los ángeles pecadores hasta que algún día éstos vuelvan al buen camino.
   -En el fondo, fue enlodado el nombre del obispo Lucifer -completó Agustín.
   -Ya veo -observé-. El caído, según la Biblia, era un rey con nombre de ángel.
   -Y quieren hacernos creer -dijo Agustín- que se trataría de un ángel caído, pero eso es absurdo. Si un ángel bueno se convierte en malo por obra de su mala voluntad, ¿de dónde le viene esa mala voluntad si, como ángel, salió bueno de la mano de Dios?
   -Inventaron un relato monstruoso -concluí.
   Agustín habla algunas cosas sabias. Por ejemplo, afirma que los milagros no van contra la naturaleza, sino que están fuera de aquello que somos capaces de comprender acerca de la naturaleza.
   También me ha contado más cosas. Fue nombrado obispo de Hipona, siete años atrás, y ya tenía cinco años de presbítero. Un tiempo después asistió a un sínodo en Cartago, en el cual se decretó que los clérigos deberán separarse de sus mujeres.
   Yo veo que a las mujeres se las ha estado alejando del altar, cada vez más. Encuentro que eso no está bien, y siempre se lo digo a Agustín.
   -Las mujeres deben limitarse a obedecer a sus maridos -me ha dicho él. No sé si por molestarme, o si ése es realmente su pensamiento. De hecho, tiene mal concepto de la mujer. Creo que es por su historia, por el tipo de mujeres que él ha frecuentado. Pero, prefiero no decírselo.

         * * *

   Siempre he sido muy estudioso. Me interesé por la teología y la filosofía. A los veinte años empecé a ser lector en Apulia, donde mi padre es obispo. Cuatro años después, pasé a ser diácono, no sin antes efectuar algunos viajes, que fueron muy importantes para mí.
   Primero, fui a Hipona a ver a Agustín. Conversamos una cantidad de cosas, amistosamente. Me contó que sufrió mucho con la separación de su mujer. Fue algo que le impusieron.
   -Era una relación pecaminosa -sostuvo, y siguió diciéndome cuánto se odiaba a sí mismo cuando pecaba. Hasta los sueños eróticos le parecen malos.
   -No te tortures -lo tranquilicé-, pues eres una buena persona.
   Logré que sonriera. Él me estima. Reconoció que la maldad no tiene sustancia. De ahí, pasamos al tema de los maniqueos, que Agustín dice haber sacado de su vida completamente.
   -Me parece que no tan completamente aún -me atreví a decirle.
   No estuvo de acuerdo, y me habló de lo que está escribiendo. Agustín es muy convincente. Una de sus principales obras es un tratado sobre la gracia divina.
   Después hablamos de astrología. Él no cree en esas cosas, ni yo tampoco.
   El otro viaje que hice fue a Roma, a visitar a otros amigos de mi padre, y muy recomendado por él. Ahí conocí mucha gente. Entre otros, Pelagio, un hombre gordo y alto, un monje muy instruido proveniente de Irlanda. Tiene bastante más edad que yo, pero hicimos buena amistad, porque pensamos parecido. Aprendí mucho de él.
   De esto, han pasado dos años, y ya soy presbítero. Predico acerca de lo que llamo "las cinco glorias", y tengo bastante llegada.
   Las cinco glorias pueden resumirse así: reconocer la creación, para identificarnos con ella; observar la ley, en la medida que ésta enaltece la justicia; disfrutar del libre albedrío, para así agradecer a Dios; ayudar a fortalecer el matrimonio; y, buscar en el bautismo, con actitud de amar lo que buscamos.
   Con tanto viaje, me enteré de algo muy triste, ocurrido hace algunos años. Teófilo, el patriarca de Alejandría ha prohibido seguir las enseñanzas de Orígenes. Esto es como el mundo al revés. Este Teófilo, un hombre violento, codicioso y falto de escrúpulos, se ha hecho conocido por sus atrocidades, mientras que el gran sabio Orígenes es el mejor pensador y pastor que ha tenido la iglesia cristiana, después de los apóstoles del principio.
   El más acérrimo perseguidor fue Epifanio, quien logró ser seguido, no sólo por Teófilo, sino también por Jerónimo. En cambio, la obra de Orígenes fue defendida por Rufino de Aquilea, su traductor; y por Evagrio, además de Juan Crisóstomo, que era un gran pastor, patriarca de Constantinopla, y fue depuesto por Teófilo, y murió exiliado.
   En Roma vi que circulaba una obra literaria de ficción, muy bonita, llamada "Credo de los apóstoles", que relata una supuesta reunión entre los apóstoles, incluyendo a Matías. En esa narración, los personajes se reunieron a elaborar una doctrina común para su futura predicación, aportando cada uno de ellos un concepto.
   Afortunadamente, Rufino tuvo a bien hacer ver que sólo se trata de una ficción literaria. Rufino señala también que ahí se nombra el Hades, no el infierno. La versión original está escrita en griego, pero en la traducción se cometió el error de confundir el Hades con el infierno. Hades es el lugar donde van los muertos, en la mitología griega. O sea, la expresión "fue al Hades" es una manera de decir que la persona murió.
   Hace unos pocos días volví a Hipona, para visitar a Agustín. Me encontré con la tremenda sorpresa de que también Pelagio ha venido por estos lados, y platica mucho con Agustín. Así es como me incorporé a esas conversaciones. Con Pelagio nos saludamos efusivamente, lo que resultó asombroso para Agustín.
   Al comienzo, nuestras reuniones eran cordiales, pero poco a poco empezaron a surgir discrepancias, que fueron derivando a serios conflictos. Las ideas de Pelagio y las de Agustín son irreconciliables. Cada cierto trecho de la discusión, me preguntaban mi parecer, ya que yo también he estudiado estas cosas.
   En lo relativo a la gracia, convencí a Pelagio de que el trabajo efectuado por Agustín, al respecto, es lo mejor que se ha podido lograr hoy, aunque hemos de estar muy abiertos a que en el futuro pueda lograrse un conocimiento más certero.
   En cambio, traté infructuosamente de convencer a Agustín de que la procreación no tiene por qué ser pecaminosa. Si es entre marido y mujer, es un acto bueno ante los ojos de Dios. Según Agustín, no sería así. Llegó al extremo de decir que todos los bebés son concebidos en el pecado, y nacen con ese pecado original, el cual tiene que ser limpiado en el bautismo.
   -¿De dónde sacas esa tontera? -le preguntó airadamente Pelagio.
   -Está en la Biblia -respondió Agustín.
   -No está en la Biblia -dijimos a coro, Pelagio y yo.
   -Está en el Génesis -insistió Agustín, y se puso a hablar del pecado de Adán.
   -Aunque se trata de una narración mitológica -siguió diciendo-, ésa es la enseñanza que nos está dando.
   -Los niños pequeños no pecan, Agustín -insistí.
   Con Pelagio intentamos hacerle ver cuán equivocado está. El tono subió tanto, que tuvimos que retirarnos de su casa. Estábamos todos muy enojados. Creo que no volveré a tener el ánimo de visitar a Agustín nuevamente. Ni creo que él me invite, tampoco.

         * * *

   Me enteré de algo abominable que perpetraron unos cristianos en Alejandría. Fue el mismo grupo de choque que se hace pasar por monástico, y que 24 años antes, durante el patriarcado de Teófilo, destruyó el Serapeo, santuario dedicado a una deidad greco-egipcia. Esta vez, el siniestro grupo, llamado Parabolanos, secuestró, torturó y asesinó a Hipatia, una sabia filósofa, científica y maestra neoplatónica. Supe que esta mujer había sido acusada por Cirilo, el nuevo patriarca de Alejandría, sobrino de Teófilo. Acusada de enseñar supuestas supersticiones. Lo que más molestaba al fanático Cirilo era que Hipatia tenía también algunos alumnos cristianos.
   El emperador apoyó a Cirilo. Eso es lo que me resulta más desconcertante. Si tenemos al hombre más poderoso del mundo como jefe de la iglesia cristiana, ¿qué puede esperarse de ésta, entonces? Que vaya de mal en peor..., tal como está ocurriendo.
   Poco después de estos acontecimientos fui nombrado obispo de Eclana, lo cual me abrió la expectativa de llegar a ser alguien que influya en el mejoramiento de nuestra iglesia. Muy pronto me desengañé de esa optimista posibilidad, con motivo de un sínodo realizado en Cartago. No me tomaron muy en cuenta. Han preferido ignorarme porque digo cosas que molestan al emperador y a algunos patriarcas. Fue condenado Pelagio. No solamente sus ideas, sino también su persona. Tuvo que exiliarse en Palestina. Y todo, por la elocuencia de Agustín, que habla de una manera muy convincente.
   Tuve que seguir yo en la lucha contra la doctrina del pecado original. Y no a favor de las demás ideas de Pelagio, que no las suscribo. Junto a otros 17 obispos, firmamos una carta protestando contra el castigo dado a Pelagio. Como resultado de eso, al año siguiente, fui desterrado de Italia, por Bonifacio, el patriarca de Roma. Me retiré a Cilicia, donde fui muy bien recibido por Teodoro, obispo de Mopsuestia, junto a otros obispos expulsados.
   Teodoro me contó la historia de María egipcia la penitente, con motivo de su muerte, ocurrida hace poco. Ella era muy mencionada en algunas regiones, por haber pasado cuarenta años de soledad y penitencia en el desierto. Eso, porque se sintió culpable de haber sido pecadora en su juventud. Su conversión ocurrió en una peregrinación a Jerusalén, en la que participó sólo porque quería divertirse. Sin embargo, su vida cambió. Es un caso notable.
   Teodoro escribe. Talvez fue por su influencia que también yo me dediqué a escribir. Lo hago principalmente en torno al Antiguo Testamento.

         * * *

   Estuve siete años en Cilicia, pero al morir Teodoro, pasé a Constantinopla. En ese mismo año, el antioqueño Nestorio fue nombrado patriarca de Constantinopla. Al poco tiempo, Cirilo de Alejandría lo acusó de hereje, debido a su teoría acerca de cómo la humanidad y la divinidad se juntan en Jesús. Estos patriarcas discreparon en ese complicado aspecto de la teología. Según Nestorio, la divinidad habita en Jesús como en un templo.
   Creo que a Cirilo lo motiva el manejo político, y no la doctrina misma. Por lo demás, él siempre ha sido una persona más guerrera que intelectual.
   Cirilo empezó a llamar "Madre de Dios" a la Virgen María. A Nestorio le parece que eso es blasfemo.
   En un sínodo en Roma, y en un Concilio en Éfeso, convocado por el Emperador, se condenó la doctrina de Nestorio. Éste fue depuesto, y la oración "Santa María madre de Dios" fue dispuesta.
   Por mi parte, yo tengo mi propia discrepancia con Agustín. Estoy convencido de que el ser humano nace bueno. Dios, en su inmensa bondad, ha creado al hombre sin pecado, ni lo ha de castigar por los pecados que pudieran haber cometido sus antepasados. Estoy absolutamente en contra de esa extraña idea de Agustín en relación a lo que él llama pecado original. Trato infructuosamente de hacerle ver que la relación carnal no es pecaminosa entre un hombre y una mujer que se aman y se han unido en matrimonio.
   Seguimos discutiendo acerca de nuestros puntos de vista. Por escrito, ya que no quería visitarlo. Ni él estaba dispuesto a venir hacia mí.
   El año pasado, murió Agustín. Al final de sus días intentó retractarse de eso del pecado original. Lo hizo diciendo que sin voluntad no hay pecado. Sin embargo, o no tuvo la suficiente fuerza, o no tuvo convicción, o talvez nadie quiso apreciar esa retractación.
   Así como Agustín dice "tarde te amé...", podría decir también "tarde me retracté...".
   Hace poco, volvió a ponerse de actualidad el conflicto entre Cirilo y Nestorio. Al principio, el Emperador declaró desconocer el Concilio porque en él Cirilo había usurpado el puesto de presidente, que le correspondía al patriarca Juan de Antioquía. El Emperador encarceló a Nestorio y a Cirilo. Sin embargo, a los pocos días, permitió a éste último volver al patriarcado de Alejandría.

         * * *

   He sido muy combatido por el patriarca de Roma. Y, por otro lado, después del concilio de Éfeso tuve que irme de Constantinopla. Llegué a Sicilia, enfermo, con más de cincuenta años en el cuerpo.
   Veo cómo la asamblea de Jesucristo se está derrumbando. Mucho ha tenido que ver el hecho de que está siendo gobernada por el poder temporal del imperio. Personas que saben de política y de guerra, pero no son pastores.
   Tengo una brizna de esperanza cuando escucho al monje Vicente, de Lerins, una isla en el Mediterráneo. Es un hombre que ha estudiado, y sabe mucho, y dice las cosas con claridad, y a la vez, con tanta mesura y moderación, que no es combatido por la jerarquía. Tiene llegada, lo escuchan, no lo destierran, ni lo acosan.
   Pues, este fray Vicente ha escrito un muy buen libro, llamado Commonitorium, que quiere decir algo así como Apuntes para ayudar a la memoria. En él señala cuál es el criterio para discernir entre la verdad y el error en materias de fe. Y lo hace con referencia al Evangelio.
   Por ejemplo, en ese libro vi que Vicente apunta a la parábola del trigo y la cizaña, que nos relata Mateo, la cual enseña a no arrancar la maleza mientras el trigo no esté crecido. Y agrega, fray Vicente, que el conocimiento tiene que ir creciendo de acuerdo con los tiempos, y así poder profundizar para acercarse a los misterios, y ver cada vez mejor la hermosura, pero sin que una cosa se transforme en otra que haya sido sembrada malignamente. Somos custodios de las materias de fe, pero no somos sus autores.
   De las enseñanzas de fray Vicente yo entiendo que la doctrina del pecado original, ideada por Agustín, no puede ser una verdad de fe. Algún día le harán caso a Vicente, pero no creo que sea muy pronto, pues León, el nuevo patriarca de Roma, no ve con buenos ojos que los presbíteros tengan hijos.