ARISTODEMO                         Un lugar literario
Presentación del libro
   El expreso de las 10:20

     Publicado por RIL Editores. Santiago, 1997.
     Novela compuesta por muchos relatos breves, que tienen en común los personajes y las líneas argumentales.
     Como autor, intenté construir un conjunto de cuentos que hasta pueden leerse por separado, pero teniendo un hilo conductor que los une como las perlas de un collar. Así, los capítulos del libro conforman una sola unidad narrativa, con su propia cohesión.
     Estando en la era de la imagen, opté por escribir en base a relatos sintéticos que despierten la imaginación.
    En este sitio se presenta el libro, dividido en dos secciones. El tren aparece a comienzos de la segunda sección.
     El protagonista de esta historia es Ernesto, que en algún momento llegará al Más Allá, donde se relaciona con otros personajes. Principalmente, Rubén, Miguel y Aurelia.
    En los capítulos impares narra Ernesto. Son aquellos cuyo nombre empieza con preposición. En cambio, el nombre de los capítulos pares indica el respectivo narrador.

   Comentario del profesor Ernesto Livacic Gazzano:         (Revista Libros de El Mercurio)
     El ingeniero Gonzalo Rodas ha elegido como tema de esta novela - hasta donde sabemos, su primer libro - el tránsito de un personaje desde esta vida al más allá, a través del inevitable pasadizo de la muerte.
     Ese tránsito, preanunciado por una enfermedad terminal a no avanzada edad, es visualizado, en el relato, mediante sucesivas instancias, de las cuales dos nos parecen particularmente significativas.
      La primera, admirablemente descrita en el capítulo 5, es la del desapego del entorno, la adquisición de una cierta ingrávida incorporeidad, que, sin embargo, no incomunica a Ernesto, el protagonista, de los lugares, objetos y personas hasta entonces familiares, sino que le otorga la capacidad de enfocarlos desde una nueva perspectiva.
      La segunda es la de un viaje hacia su destino final. Para realizarlo, las personas concurren a una “estación múltiple”, donde se asigna a cada cual alguno de los diferentes medios de transporte que desde ella parten, en una gama que va desde la carreta al aeroplano. A Ernesto le corresponde un tren, específicamente el expreso de las 10:20 - de ahí el título de la obra -. Cuando pregunta “¿Para dónde vamos?”, la respuesta que obtiene es “Eso no lo sabe ni el maquinista. Se limita a continuar por la interminable línea. El que la dibujó sabía lo que hacía” (pág.73).
      Ese viaje - como es habitual en la literatura - reviste carácter simbólico. Se trata de la búsqueda de sí mismo, de un itinerario interior. Ernesto, en quien convergen el creyente algo tradicional y el ser humano propenso a caer en la tentación, irá preparándose durante el trayecto para su encuentro final con el Padre. Una de las vías hacia este acercamiento será la lectura de revistas en el tren : “Juan”, “Lucas” (los evangelios), de cuyos relatos irá progresivamente sintiéndose partícipe activo.
      No es un proceso fácil ni rápido. Ya antes de tomar el tren, el personaje debió pasar un tiempo en una casa deteriorada y llena de incomodidades (¿el purgatorio?). Después, hay episodios complejos, en que el sueño se mezcla con la realidad. Su ritmo de alcance de la lucidez es lento. Para más, increíblemente, el tren mismo sufre un desperfecto que alarga el viaje de sus pasajeros - toque, a nuestro ver, más de humor que de irreverencia en el relato -.
      Por cierto, para que toda esta textura responda a la lógica, Ernesto no está aun propiamente muerto, sino en sus momentos finales, aquellos en que el ser humano revisa lo que ha sido su existencia y se dispone al trance de dejarla y enfrentar lo que sigue. Al terminar el relato, llegado ya al lugar de su destino, Ernesto dice tener la misión de ir a visitar a un enfermo, y alcanza a verlo : es él mismo, en sus últimos instantes en la tierra. Se ha producido el encuentro con la propia identidad.
      La novela hace, así, jugando un tanto con los montajes temporales, un recorrido cíclico, que termina con el retorno a su punto de partida, iluminado ahora en un contexto de trascendencia.
      Fiel a su intento de expresión de las experiencias del personaje, la novela tiene como básico un narrador en primera persona. Pero no es el único. En varios capítulos toman la palabra diegética otras voces : en ocasiones, de seres humanos; en otros casos - con mayor audacia -, de objetos inanimados. Escuchamos a la ventana (cap.26), al tren (cap.28), al carretón (cap.32), etc.
      A menudo ellos, al reflexionar sobre sus respectivas funciones, hacen consideraciones sugerentemente aplicables a los humanos : la ventana, al comentar las limitaciones de su punto de mira; el tren, al confesar que anda casi siempre apurado y casi nunca reflexiona acerca de sí mismo; el carretón, cuando acepta contento – amándose a sí mismo – los recursos aparentemente poco estimables que la vida le ha regalado. Capítulos como éstos, a la vez que están plenamente integrados a la dinámica del libro, serían también sustentables como textos autónomos, de meritoria dimensión valorativa dentro de su registro metafórico.
      Menos felices, en cambio, nos parecen – por excesivamente explícitas, por escasamente insinuadoras – las reflexiones puestas en boca de personas en los capítulos finales (señaladamente, en el 29).
      Gonzalo Rodas ha elaborado, con esos elementos, una obra indudablemente original. Sin grandes pretensiones estilísticas, más bien en un lenguaje directo y cercano al común, ha sabido aplicar técnicas narrativas ágiles y variadas, imaginar con riqueza lo desconocido y entregar a sus lectores una tarea de recepción activa en torno a cuestiones profundas.
      Sus capítulos son treinta y tres, como los años de vida terrena de Cristo. Aunque alguno de ellos nos parece en alguna medida disonante del tono general - como el 19, con su demasiado contingente crítica a las instituciones de justicia humana -. tal cifra podría representar un llamado a intentar una mayor semejanza de la propia vida con la de ese perfecto modelo.

Ernesto Livacic Gazzano

 

      Crítica en sección LEEMOS de revista UNO MISMO:       (Julio de 1998)
      EL EXPRESO DE LAS 10:20     de Gonzalo Rodas
      Extraña propuesta la de este libro. Desde el lecho de un moribundo nos embarca en un tren cuyo avance -¿o retroceso? ¿o inmovilidad?- es el paso de uno a otro nivel de conciencia. Pasado, presente y futuro nada significan, se confunden en un solo tiempo. Ernesto, el personaje -y con él, nosotros- pasa de la vida a la muerte y de la muerte a la vida, entra en otro y de repente es el otro quien entra en él, y casi ya no se sabe cuál es cuál. Con tono inocente, poético y sin perder los nexos con todo lo conocido en este mundo, Rodas nos hace vivir-transcurrir "al otro lado del espejo", nos hace penetrar en el espacio interior, allí donde todo es espíritu y los espíritus conversan con los espíritus.
      Es un libro bien escrito, que seduce y va más allá del puro valor literario.