ARISTODEMO                    Un lugar literario
Otras traducciones

  Traducciones efectuadas por Gonzalo Rodas Sarmiento

Flores de amor        Oscar Wilde

   Dulzura, no te culpo de mi terrible error,
   si yo hubiera sido de buen barro
   habría subido a más altura que cualquiera,
   en un gran día con aire claro.

   Desde mi salvaje pasión desperdiciada
   habría vuelto con un bello canto,
   encendiendo una tenue luz de libertad,
   y al monstruo habría derrotado.

   Si me hubiera enamorado de los dulces besos
   que sacaron sangre de mis labios,
   habrías caminado con Beatrice y los ángeles
   con alegría en el verde campo.

   Yo hubiera andado por el camino del Dante
   mirando brillar los siete soles,
   queriendo ver también que los cielos se abrieran,
   tal como observó aquel gran hombre.

   Naciones poderosas me habrían coronado,
   hoy no tengo corona ni nombre,
   el alba oriental me encontrará de rodillas
   ante el palacio de los rumores.

   Me hubiera sentado en el círculo de mármol
   donde se renueva el viejo poeta,
   y la flauta por siempre hace brotar la miel,
   y la lira dispone sus cuerdas.

   El poeta levantaría sus rizos nupciales
   desde el vino en granos de ababol,
   un beso divino hubiera puesto en mi frente,
   dando la mano a mi noble amor.

   Cuando las flores de primavera del manzano
   rozan el pecho de la paloma,
   dos jóvenes amantes yaciendo en un huerto
   verían el amor de nuestra historia;

   habrían leído la leyenda de mi pasión,
   conocerían mi secreto amargo,
   se besarían como nosotros dos,
   mas, nuestro destino es separarnos.

   Porque es roída la roja flor de nuestra vida
   por el gusano de la verdad,
   y no hay mano que pueda recoger los pétalos
   que caen de la rosa jovial.

   No lamento haberte amado, siendo un muchacho;
   no podía haber sido de otro modo.
   Los hambrientos dientes del tiempo van devorando,
   y me oprimen años sigilosos.

   Vamos a la deriva a través de tempestad;
   cuando la joven tormenta pase,
   sin lira, sin laúd ni coro, la callada Muerte
   tomará el manejo de la nave.

   Dentro de la tumba no cabe ningún placer,
   porque el gusano ciego lo traga,
   y el Deseo tiembla hasta convertirse en ceniza,
   y el árbol no da fruto entusiasta.

   ¡Ah! ¿qué más tendría yo que hacer, sino amarte?
   Más que a la madre de un ser divino,
   y más que a la dulce diosa Afrodita surgiendo
   desde el mar como un plateado lirio.

   He podido elegir y vivir mis poemas,
   y, aunque malgasté mi vida entera,
   encontré mejor la diadema del amante
   que el laurel que corona al poeta.

 

Rosas y tristeza (a L.L.)         Oscar Wilde

   Aunque desenterrar valiera el gozo,
   aquel antiguo tesoro,
   canción de amor no rescataremos,
   separados tanto tiempo.

   Si pudiera el antiguo deseo
   llamar de vuelta a sus muertos,
   podríamos vivir todo nuevamente,
   si la pena valiese.

   Recuerdo el escaño de nuestro encuentro,
   por verde hoja cubierto,
   y tú cantabas palabras hermosas
   como un ave graciosa;

   y era como de jilguero tu voz,
   con un leve temblor,
   te agitabas como cuello de mirlo
   con su final sonido;

   tus ojos eran de color verde gris
   como un día de Abril,
   pero adquirían brillo de esmeralda
   cuando un beso se anunciaba;

   por un largo rato permanecía
   tu boca sin sonrisa,
   pero con tu risa se ondulaba
   tras una breve pausa.

   Siempre a la lluvia tenías temor,
   como una simple flor;
   recuerdo que te ponías a correr
   cuando empezaba a llover.

   Recuerdo que nunca pude alcanzarte,
   eras inigualable,
   veloces en tus mágicos pies tenías
   luminosas alitas.

   Tu pelo era rayo de sol dorado,
   siempre alborotado,
   ¿alguna vez enlacé tu pelo?
   son antiguos recuerdos.

   Recuerdo muy bien la habitación
   y la violeta en flor
   que en la tibia lluvia de verano
   golpeaba el vidrio empapado;

   y el color que tenía tu vestido
   era pardo ambarino,
   y de raso amarillo dos moños
   brotaban de tus hombros.

   Y tu pañuelo francés de encaje
   rozando tu semblante,
   ¿con una lágrima se había mojado?
   ¿o fue con el chubasco?

   Tenía tu mano al despedirse
   venas de cielo triste,
   había en tu voz que decía adiós
   un ofendido clamor.

   "Lo que has hecho es desperdiciar tu vida"
   -¡Ah, era una cuchilla!-
   Cuando me lancé por la puerta del parque
   fue demasiado tarde.

   Si pudiéramos vivir nuevamente,
   si la pena valiese,
   ya podría el antiguo deseo
   llamar de vuelta a sus muertos.

   Si mi corazón se tiene que romper,
   amor mío, por tu bien,
   en música estallará mi corazón,
   porque es el de un buen trovador.

   Es muy extraño, pues no me dijeron
   que cabe en el cerebro
   en tenues celdas de marfil el cielo
   y también el infierno.

 

El verdadero conocimiento         Oscar Wilde

   Invoco a quien lo sabe, pues he buscado en vano,
   qué tierras cultivase si hay tierras sombrías
   con supuesta abundancia que ahoga la semilla,
   no quieren ser regadas ni por lluvia ni llanto.

   Invoco a quien lo sabe, pues espero apacible
   con perdida mirada y mis manos cansadas,
   hasta que la cortina termine ya de abrirse
   y descubra la puerta permitiendo la entrada.

   Invoco a quien lo sabe, pues ya no tengo vista;
   confío en que mi vida no transcurrirá en vano,
   y tengo la certeza de volver a encontrarnos
   en alguna morada de eternidad divina.

 

Annabel Lee         Edgar Allan Poe

   Ocurrió hace muchos, muchos años,
   en un ribereño país.
   Vivía allí una doncella, y talvez la conozcas;
   su nombre es Annabel Lee;
   Y esta niña vivía sin más pensamiento
   que amar y ser amada por mí.

   Ella era una niña y yo era un niño,
   en este ribereño país;
   pero nos amábamos con un inmenso amor,
   yo y mi Annabel Lee,
   con un amor que los ángeles del cielo
   nos envidiaban a ella y a mí.

   Y por eso, hace mucho tiempo,
   en este ribereño país,
   sopló un viento desde una nube en la noche
   helando a mi bella Annabel Lee;
   por eso vinieron sus nobles parientes
   y se la llevaron lejos de mí,
   para encerrarla en una tumba
   en este ribereño país.

   Los ángeles, no tan felices en el cielo,
   nos envidiaban a ella y a mí.
   ¡Sí! Ésa fue la razón, como todos saben,
   en este ribereño país,
   que vino el viento desde las nubes,
   matando a mi Annabel Lee.

   Pero nuestro amor fue más fuerte,
   que el amor de los mayores,
   de sabio vivir,
   y ni los ángeles del alto cielo
   ni demonios marinos podrían venir
   a separarme del alma
   de la bella Annabel Lee.

   Porque la luna siempre me trae sueños
   de la bella Annabel Lee;
   y entre las estrellas veo los ojos brillantes
   de la bella Annabel Lee;
   y durante la marea nocturna, estoy al lado
   de mi amada, mi motivo de existir
   en la tumba junto al mar,
   junto a las olas sin fin.

 

Vamos a vencer         Peter Seeger y otros autores

   Vamos a vencer, vamos a vencer,
   vamos a vencer, un día;
   en el fondo de mí, así lo sé,
   vamos a vencer, un día.

   Dios nos mirará, Dios nos mirará,
   Dios nos mirará, un día;
   en el fondo de mí, así lo sé,
   vamos a vencer, un día.

   Veremos el triunfo, veremos el triunfo,
   veremos el triunfo, un día;
   en el fondo de mí, así lo sé,
   veremos el triunfo, un día.

   Vamos de la mano, vamos de la mano,
   vamos de la mano, hoy día;
   en el fondo de mí, así lo sé,
   vamos de la mano, hoy día.

   No tenemos miedo, no tenemos miedo,
   No tenemos miedo, hoy día;
   en el fondo de mí, así lo sé,
   No tenemos miedo, hoy día.

   La verdad libera, la verdad libera,
   la verdad libera, un día;
   en el fondo de mí, así lo sé,
   la verdad libera, un día.

   En paz viviremos, en paz viviremos,
   en paz viviremos, un día;
   en el fondo de mí, así lo sé,
   en paz viviremos, un día.