ARISTODEMO                    Un lugar literario
Horas diferentes

  Algunos poemas del libro "Horas diferentes", escrito por Antonio Rodas Sánchez,     Santiago, 1972

 

          CRECERÁ EL PINO EN EL JARDÍN

          Crecerá el pino en el jardín
          y yo no estaré allí,
          pero escucha mi latido en las flores
          porque dejo en las rosas y limones
          mis versos y el violín.

          Llegará la sombra hasta el jardín
          y yo no estaré allí,
          pero ungido de azul mi pensamiento,
          por las noches la luna y el viento
          alzarán mi perfil.

          Buscarás mi aliento en el jardín
          y yo no estaré allí,
          pero el vuelo de las mariposas
          y el beso que dejo en las rosas
          son para ti.

 

          SUEÑO

          Es una flor, pensé, me acerqué a verla
          y se sorprendió, era una mariposa;
          quise tocarla, estuvo sigilosa,
          se alzó en el viento y vi que era gacela.

          Salté veloz por alcanzar aquella
          tenue visión, latiendo pluma o rosa,
          nube ligera, inaccesible, airosa
          sin saber ya si era mujer o estrella.

          La perseguí, se escurrió en el río
          y vi alargarse el agua y el vestido
          oscilando entre la luz y el pensamiento.

          Al despertar, sonriendo dije al viento,
          llevan la misma lumbre que la rosa
          río, mujer, gacela y mariposa.

 

          REGRESO

          Venían los dos del brazo
          y no se decían nada,
          de paso lento, sonoro,
          unísono y desgarbado.
          Juntos, como iluminados
          venían por la calle solos
          y no se decían nada
          que lo decían todo.
          De miradas divergentes
          distraídas y brillantes
          investigando la luz
          para salir de la tarde.
          Venían los dos del brazo
          guardando un mismo tesoro
          y no se decían nada,
          que lo decían todo...

 

          CARTAS VIEJAS

          Hoy he llorado con mis hijos
          leyendo cartas viejas de mi madre.

          Pudiera estar viviendo en nuestro tiempo
          besando las sonrisas de sus nietos.

          Los bendijo y los amó sin conocerlos,
          por eso aquí tan cerca yo la siento.

          Ella dio toda una vida, amor y esfuerzo
          y en sus cartas sólo pide un Padre Nuestro.

          Por eso hoy he llorado como un niño
          reviviendo en sus consejos su cariño.

          ¡Cómo pudo ella morir violentamente
          si era toda suavidad, ternura y canto!

          Es por eso que he llorado como nadie
          al leer las cartas viejas de mi madre.

          De rodillas yo te pido, Padre Nuestro,
          que ella pueda sonreír junto a sus nietos.

 

          RUMOR DE LA CALLE

          No me detengas pregonero
          profanador de pensamientos,
          que voy con la luna dentro
          escuchando las campanas
          que mueven la luz del viento.
          No vociferes anticuario
          subastador del tiempo arrumbado
          en molduras y cristales,
          que llevo el canto sereno
          de mis horas diferentes
          a abrir la luz en los muelles.
          No me interrumpas fogonero
          conspirador de la calle,
          que voy arrimando al espacio
          el eco mojado
          y transparente de mis pasos.
          No empañes mi espejo de agua
          con el humo de tu fábrica
          hurtadora de horizontes,
          que llevo la luna dentro
          alineando las trompetas
          que tocarán a silencio.
          No me importunes callejero,
          que llevo luna en las manos,
          que llevo la luna dentro.

 

          LUNA TRISTE

          Ahí viene apartando las ramas,
          abriendo los copos de nieve
          al borde del río,
          se hunde conmigo en el agua
          y me mira con rostro doliente,
          pálido y frío.
          Por eso la amparo en mi hondo
          rincón, donde tiende su falda
          y sonríe horizontes;
          rendido a su lámpara adoso
          el perfil de mi sombra acerada
          y recorro los montes.
          Volvemos cogidos del brazo
          trayendo manojos de olivo
          y estrella escurrida,
          se encoge en su fuente de raso
          y contando semillas de pino
          se queda dormida.