ARISTODEMO                    Un lugar literario
José y los juegos de Jesús         Gonzalo Rodas Sarmiento

 

   José y los juegos de Jesús          (del libro “José de Belén”)

       Después de llegar de vuelta a Nazaret, y antes de cumplir los diez años, Jesús tenía un grupo de muchachos amigos y logró introducir entre estos chicos muchos juegos nuevos. Yo los escuchaba desde mi taller.
       También Jacob y Judas jugaban con Jesús, pero no Simón, ni Josetos, que son más grandes.
       -Démonos un rey -les dijo. Inmediatamente, ellos extendieron sus capas en el suelo, y Jesús se sentó encima. Tejieron una corona de flores y ramitas de laurel, y la pusieron sobre su cabeza. Se colocaron junto a él, formados en dos grupos, a derecha e izquierda, como chambelanes que se mantienen a ambos lados del monarca.
       Pero lo lúdico no quedó ahí. Acostumbraba a jugar al rey todos los días. Por turno le tocaba a cada uno ser rey y sentarse en un improvisado trono, caminar por sobre las capas que los amigos ponían para él en el suelo. El que hacía de rey daba órdenes en cuanto a ir a alguna parte, cómo continuar el juego, etc. Por ejemplo, “El rey ordena ir a matar a la serpiente”, y partían todos corriendo a buscar alguna culebra.
       Muchos niños jugaban con Jesús. El más osado era Isaac, que si le tocaba ser rey daba órdenes más aventuradas y los niños se metían en problemas.
       Nunca estuve tan seguro de que Jesús fuera distinto a cualquier niño rebelde. Jamás lo castigué, pero en más de una ocasión tuve que llamarle la atención seriamente.
       Una vez se me acercó una niñita que observaba entretenida.
       -¿Cómo te llamas?
       -Verónica.
       -¡Qué lindo nombre! No cualquier niña se llama así -le dije con ternura.
       -Mi padre me puso así porque le gustó ese nombre. Dice que significa “imagen verdadera”.
       Ambos sonreímos. Ella intentaba infructuosamente entrar al juego del rey. Los otros niños no la aceptaban. Jesús lo pensaba. Creo que ya entonces a Jesús le gustaba esa niñita, pues yo los veía conversar mucho.
       Un día, el padre de Isaac, muy molesto, fue a visitarme. Me dijo que Jesús era una mala influencia para su hijo. Se suponía que yo tendría que salir disparado a castigar a Jesús, pero no hice tal cosa. Habría sido muy injusto.
       -Por favor, no vayas a creer que mi hijo es de mal comportamiento -traté de tranquilizar a este hombre.
       -¿Y las maldades que hace?
       -Son niños. Talvez tú has sido demasiado severo con tu hijo . . . -no alcancé a terminar de hablar.
       -Como también tú deberías serlo con el tuyo.
       -Todo se arreglará.
       -Si lo llego a pillar . . . -amenazó al irse.
       Después le dije a Jesús que por favor no tuvieran tanta docilidad para caer en los juegos de este niño que, al parecer, era el de las influencias peligrosas.
       El padre de Isaac era el mayor entre los magistrados de la sinagoga, y no hallaba qué hacer con su hijo. El hombre era tan estricto que en cierta ocasión encerró a Isaac en una de las torres de su casa, simplemente porque no quería que saliera a jugar con sus amigos.
       Incluso, aunque no era sábado. La torre tenía apenas un ventanuco por el que entraba un poco de luz. Yo encontraba aberrante encerrar al niño para mantenerlo dominado. Se lo dije al papá, y casi me salió persiguiendo.
       Reconocí en este magistrado a uno de los que estaban para aquel enojoso asunto de las aguas amargas, hace ya varios años. No me cabe duda de que él también me reconoció a mí y no le caigo nada de bien.
       Cual no sería mi sorpresa cuando escuché a Jesús, que estaba en el rol de rey, decir :
       -El rey ordena ir a liberar a Isaac.
       Partieron todos corriendo y gritando, enardecidos. Escalaron la torre, para lo cual hicieron una especie de posta, subiéndose unos encima de otros, hasta llegar arriba. Después, Jesús me contó que apenas aguantaba el peso de la columna de amigos sobre los hombros.
       Por el ventanuco lograron sacar al niño prisionero, y lo integraron al juego. El padre del niño Isaac vino a mí, a quejarse. Yo no hallaba dónde meterme.
       El hombre es fariseo, muy llevado de sus ideas. Rechaza todo lo que parezca pecaminoso, aunque sólo se trate de un niño travieso. Por algo este niño mío no acepta de buen grado esa rigidez de los fariseos. Yo respeto a los que son sinceros, pero no todos lo son. Si hasta hay algunos doctores de la ley que se escudan en su prestigio para proclamar falsedades. Afortunadamente, son los menos.
       -Tu hijo y sus muchachos están llevando al mío hacia los cerros de allá al frente. Se las verá conmigo -enojadísimo, recogió un palo y se fue hasta el monte.
       A toda costa quería tenerme de su lado, amedrentándome. Igual, partí yo también detrás del tipo, porque podía ser necesaria mi participación en este asunto. Vi cómo Jesús se escabullía, y daba unos saltos que nadie lo podía seguir. Finalmente, el caso se suavizó, y el arquisinagogo comprendió que no podía seguir teniendo a su hijo tan dominado. Esto, no sin antes dar una lucha sin cuartel.
       Jesús tuvo un intercambio verbal con el fariseo, padre de ese niño, y le dijo “Tú eres muy limpio por fuera, pero quién sabe cómo eres por dentro”. El hombre se enojó muchísimo y quiso pegarle.
       Después Jesús vino a pedirme excusas, mientras yo estaba trabajando con el cepillo en unas maderas. Sabía demás que yo reprobaba su comportamiento. Le propuse ir a disculparse con el papá de Isaac. Jesús aclaró que no estaba pidiendo disculpas por eso, sino que por haberme causado problemas a mí.
       Yo no me iba a quedar sin conseguir un resultado positivo de todo esto, así que convencí a Jesús que dejara entrar al juego a Verónica. Le expliqué que las mujeres también tienen derechos. Cuando Jesús la aceptó, todos los niños la aceptaron. Después, se la veía subiéndose a los árboles, con todos ellos.