Víctima culpable (Del libro “La isla Tierra Tierra”)
Mi vida había estado llena de preocupación y lucha por lograr poder y dominio. En desmedro de las personas que me rodeaban.
Recuerdo aquella oportunidad en que me defendí de mi vecino que me estaba agrediendo. Es así como sucedió y no al revés, que es lo que él anda diciendo por ahí. Tuve que pegarle y dejarle un ojo morado. Le tuve que dar unas patadas en el suelo porque si no, él me las habría dado a mí. Todo empezó cuando me insultó gratuitamente. Después que yo corrí con todos los gastos del deslinde, y él se iba de alivio, no le gustó donde puse el cerco.
Hasta mi mujer se anduvo molestando conmigo porque pisoteamos las flores, con esto de la pelea. Ni me fijé que habían flores en mi campo. Las flores crecen en la frontera. Entonces empecé a sentirme culpable. ¿Cómo pude ser así con mi amigo? Algo me cegó. Trataré de corregirme. Desde que era niño me dan estos impulsos.
Me debato entre esos dos estados. Culpable o Víctima. Voy de extremo en extremo. Como un péndulo, que si tuviera más extremos también se iría hacia ellos. ¿Cuándo lograré centrarme? Me lo pregunto a veces, pero pronto me desentiendo, pues si me centrara estaría inmóvil, inmutable, sin energía. Necesito movimiento.
Así fue como me puse a trabajar en una empresa que fabrica armas. Antiguamente, allí se hacían hondas, arcos y flechas, pero ahora se elabora armamento más complejo y avanzado.
Y nada menos que yo era el jefe de Estudios de Mercado. No sé cómo me conseguí un trabajo tan indigno. Es algo asqueante, en el caso de este rubro. Perdí la cuenta de cuántos conflictos alimenté, como quien echa gasolina en el fuego. Hasta que no pude más. Tuve que salir arrancando. Sí. Literalmente.
Ahora, que quedé sin familia, tengo que esconderme. Arrepentido, me metí a un convento, como monje que necesita detener el movimiento incesante. Es una manera de hacer que mi vida tenga oración y penitencia, que mucha falta me hacen. Esta nueva vida ha sido maravillosa, porque me ha tocado enseñar a niños pobres, en una improvisada escuela sucedánea. En realidad, fui yo el que aprendí de ellos. A ser vulnerable, a reírme, a asombrarme.