ARISTODEMO                    Un lugar literario
Historias notables         Gonzalo Rodas Sarmiento

  Una mini-novela perteneciente a HISTORIAS NOTABLES

 
   Doña Isabel

   Dorotea ha venido a buscar a mi bebé Bernardito para llevárselo al abuelo. Quedé intranquila. Encuentro muy raro que mi papá quiera regalonear al niño, si lo odió desde antes que naciera, o por lo menos lo rechazó como a un indeseable.
   Es una situación misteriosa. Talvez está recapacitando... Alguien dijo una vez, que en estos casos, los abuelos reticentes se ablandan casi por arte de magia, al ver a su pequeño nieto. Es así cómo me viene un principio de esperanza, y por eso entrego al bebé, y muchas instrucciones.
   -Sí, señorita Isabel. Descuide -me tranquiliza Dorotea.
   Estando sola en mi pieza, me pongo a recordar los acontecimientos.
   Mi niñez triste, sin madre. La culpabilidad que sentí, cuando chica, a causa de su muerte, ocurrida cuando yo llegué al mundo. Me sentía podrida, hasta que un cura me convenció de que yo no tenía ninguna culpa. Siempre fui muy introvertida. Y rebelde, según dicen, lo cual encuentro bueno.
   A los doce años tuve una madrastra, muy distante, lejana en lo afectivo. Me faltó una mamá.
   Con mi hermana Lucía, un poco mayor que yo, nunca fuimos muy unidas. Y mis hermanastros son pequeños aún. Manuel, el mayor de ellos, tiene apenas siete años, y el que sigue, Gregorio, tiene cinco. Éste es tratado como si fuera de la servidumbre. Es que no es hijo de mi madrastra, sino de la hija de un inquilino.
   El hombre que yo amo es Ambrosio, bastante mayor que yo. Tiene la edad de mi padre, pero es muy juvenil, y tierno. A él le encanta mi pelo negro. ¿Qué tanto puede importar la diferencia de edad? Si él me ama y me vendrá a buscar, en cuanto pueda.
   Ya tengo veinte años, y soy mamá, y no me he casado aún con Ambrosio. Mi papá me ha enseñado a decirle "Don Ambrosio O'Higgins". Y me dice que debo respetarlo. Creo que mi padre me desprecia.
   Ambrosio ha estado alojando en nuestra casa varias veces, cuando pasa por Chillán, ya que mi padre, don Simón Riquelme, es Regidor del Cabildo, una de las personas más importantes de Chillán.
   La primera vez que vino Ambrosio fue hace unos tres años. Nos hicimos muy amigos. Él viene, de vez en cuando, a esta zona del sur, desde Maule hasta Valdivia, en busca de una hacienda que quiere comprar. Y me trae regalos. Él es Maestre de Campo y General del Reino de Chile. Desde un comienzo lo admiré como a un héroe.
   La última vez que estuvo aquí, de esto hace ya nueve meses, me quedé muy triste. Él se despidió amablemente, pero..., nada más. Fue frustrante, porque Ambrosio me prometió matrimonio, y sin embargo no concretó nada. Corrí detrás del coche, en medio de la nube de tierra que éste dejaba.
   En todo este tiempo he creído cada día, que entre las cartas recibidas por la familia ha de haber una de Ambrosio para mí. Pero, nunca llegó nada.
   Cuando perdí la regla, me preocupé mucho, pero no le dije nada a nadie. Excepto al cura. Me fui a confesar. De penitencia, me dio rezar siete rosarios, uno cada día de esa semana. Los recé, pero no me ayudaron para nada.
   Transcurrieron meses de soledad, y yo me esforzaba para que mi barriga pasara inadvertida. No sólo para que no me retaran, sino más que nada para que no me hicieran remedios. En todo momento tuve muy claro que yo quería tener mi bebé.
   Un día, tuvo que ocurrir lo inevitable. Mi madrastra se dio cuenta de mi embarazo, y me trató de lo peor. Mi papá se puso furioso conmigo.
   -¿Cómo crees que te vas a casar ahora con don Félix Rodríguez? -me decía-. Es un hombre excelente, que he escogido para que sea tu marido... Y ahora..., has echado a perder todo.
   La vergüenza familiar era lo que mi papá más temía. Me llevó inmediatamente a la estancia de Papal, para que nadie se enterara de mi estado. Yo estaba temerosa, sintiéndome acorralada por la curiosidad de la gente y maledicencia; después de todo, soy Riquelme, un apellido de origen noble.
   Finalmente, llegó al mundo mi Bernardito querido. Le vamos a poner ese nombre, porque nació el 20 de Agosto, día de San Bernardo.
   Estos primeros días con bebé en brazos han sido hermosos. La vida comienza a cambiar.
   Y en este momento, ya tengo que darle el pecho al niño, así que hace un rato llamé a Dorotea para que me lo traiga de vuelta. Sin embargo, pasan largos minutos, y ella no vuelve. La llamo de nuevo. Me empiezo a desesperar.
   Hasta que Dorotea entra a la pieza, muy compungida.
   -El señor Don Simón ha salido con Bernardito -me dice.
   -¿Pero cómo...? -grito-. Si tiene apenas unos días, y además hace tanto frío. ¡No puede ser!
   Lloro de pena y de rabia.

         * * *

   No volví a ver a Bernardo, por mucho tiempo, desde aquella lejana tarde en que me lo quitaron. Traté por todos los medios de encontrarlo. Infructuosamente. Con mi padre, no hubo manera. Me dijo:
   -Olvida que tuviste sexo, y olvida que tuviste un bebé.
   El prometido matrimonio con Ambrosio nunca se efectuó. Él protegía su carrera política, ya que las leyes españolas le prohíben casarse con alguna mujer criolla, como soy yo. Todo el mundo idolatra a Ambrosio. Antes, yo también lo adoraba, pero ya no.
   Fue así como, a instancias de mi padre, y gracias a la buena disposición de Félix Rodríguez, me casé con él. Tuvimos una hija maravillosa, Rosita, que para mí ha sido un bálsamo. Félix fue buen marido, mientras vivió. Murió muy joven, apenas dos años después de habernos casado.
   Al poco tiempo, cuatro años después de haber perdido a Bernardo, me enteré de un rumor. Escuchando detrás de las puertas, oí que en casa de Juana Olate, inquilina de un fundo cercano a Chillán, vivía un supuesto hijo de ésta, y la gente murmuraba porque el niño era colorín y tenía ojos azules.
   "Igual que Ambrosio", me dije sin poder creerlo.
   Acudí a casa de Juana Olate. Le llevé algo de regalo. Algo que yo sabía que ella necesitaba. Así, caí bien. Y me invitó un tecito. Conversamos. El niño correteaba y jugaba con Juan Antonio, hijo de la señora Juana. Puede haber tenido unos cinco o seis años, y era morenito.
   Yo misma jugué también con los niños, y lo pasamos estupendo.
   Visité a la señora Juana y a los niños, un par de veces más. Y cuando estuve decidida a hablar en serio con Juana, y mostrarme como madre del niño, llegué a su casa, pero Bernardito ya no estaba. La señora Juana lloraba, apenadísima.
   -Órdenes del patrón, señorita Isabel... Vinieron y se lo llevaron.
   -¿Quién?
   -Ayer, no más, vino un soldado.
   Y he aquí, que yo misma me puse a consolar a la señora Juana. ¿Y quién me consuela a mí?
   Pasaron más años sin saber de Bernardo. Hasta que encaré a un tío y le exigí que me contara. Después de mucho, él me dijo que sólo sabía que el niño estaba en Talca.
   Decidí irme de la casa de mis padres. Partí a Talca, con Rosita, que ya tenía siete años. Trabajé como mesera en un restaurant. Hablé mucho con las monjas de un convento al cual iba a menudo. Ellas me cuidaban a Rosita. Pasábamos largas horas rezando con las monjas.
   Visité a algunos hacendados, sin obtener ninguna solución, hasta que uno de ellos me amenazó con denunciarme a mi padre. Tuve que salir arrancando a perderme.
   De todos modos, volví a Chillán, donde fui bien recibida.
   Siguió pasando el tiempo, y yo cada año sabiendo sólo la edad de Bernardo, y nada más.
   Cuando él tenía doce años, vino a verme el padre Francisco Javier. Me traía un mensaje.
   -No me pregunte cómo llegó a mí esta carta -me dijo, y también me advirtió que él no se llevaría ninguna respuesta.
   Era una esquela escrita por Bernardo, en que me trataba con amor filial, aunque talvez demasiado serio.
   Hubo más cartas que me traía el padre Francisco Javier. Traté de conversar con él lo más posible, para saber dónde estaba Bernardo. Yo quería verlo.
   Mis lágrimas ablandaron al padre Francisco Javier, quien me prometió venir a buscarme para visitar a Bernardo en el internado de los franciscanos, pues ahí estaba estudiando.
   Sin embargo, en el día señalado no se pudo hacer la visita.
   -Fue todo muy sorpresivo -me dijo el padre Francisco Javier.
   -¿Qué pasó? -casi grité, alarmada.
   -Don Ambrosio mandó a un soldado a buscar a Bernardo, ayer. Y que haga su maleta, y rápido... Y partieron a Talcahuano, para embarcarse hacia Callao.
   -¿Talvez el barco no haya partido aún? -aventuré.
   Salimos inmediatamente hacia Talcahuano, llevando también a Rosita, que ya tiene nueve años. Alcanzamos a llegar un par de horas antes del embarque.
   Por fin pude abrazar a Bernardo.
   -¡Mamá! -me dijo.
   Yo no lloré. Se me habían terminado las lágrimas. Bernardo tampoco lloró. Había aprendido a vivir sin llorar.
   Bernardo y Rosita se llevaron bien desde el primer instante en que se conocieron. Con complicidad de hermanos. Y con gran afecto, en forma liviana y distendida. En cambio, conmigo, Bernardo fue muy formal, con un cariño más distante. Sin desplegar toda su ternura.
   Conversamos algunas cosas. Bernardo contó acerca de su vida en el fundo de Talca en casa de don Juan Albano y doña Bartolina.
   -Me quieren mucho. Me enseñaron a tocar el piano. Y me encantó -dijo Bernardo-. También pintaba. A ambos los retraté.
   Me alegré de que Bernardo haya estado bien, teniendo cariño, pero también volví a sentir la pena de no haberlo tenido conmigo.
   -Este caballero es muy amigo de don Ambrosio -así llama Bernardo a su padre, pues no lo ve realmente como tal, sino como un patrón distante.
   -Don Juan tiene un hijo -agregó Bernardo-, del cual fui bien amigo, hasta que se fue a estudiar a Santiago. Jugábamos mucho, a pesar de que él es cinco años mayor que yo. Se llama Casimiro.
   También me contó que, para don Juan Albano, don Ambrosio es un hombre extraordinario, muy trabajador, un hombre de progreso.
   -Talvez lo sea -manifestó, después de una pausa-, pero mi encuentro con él... no me gustó. Ocurrió hace poco. Cuando don Ambrosio fue nombrado Gobernador del Reino de Chile, anunció visita. Doña Bartolina me lo contó con gran entusiasmo.
   -¿Y te visitó...?
   -Sí, pero después de tantos días de espera, yo me imaginaba que él me iba a saludar con afecto. Me llené de ilusiones.
   Bernardo hizo una breve pausa, y después continuó diciendo:
   -Llegó este caballero y nada de lo imaginado sucedió. Casi puede decirse que sólo lo divisé. Y me preguntó un par de tonteras.
   -¿Tonteras...?
   -Ya ni me acuerdo... Don Juan me dijo después, que por orden de don Ambrosio yo iría a Chillán a estudiar en un internado. Me despedí de Talca. Con tristeza. Doña Bartolina lloraba.
   Bernardo nos contó que en el internado, estando en Chillán, o sea tan cerca, quiso encontrarme, y me escribía. Le costó mucho convencer al padre Francisco Javier que me trajera las cartas.
   No pudimos seguir conversando porque llegó el momento del embarque.
   Nos despedimos...
   Por casi una hora estuve haciéndole señas con mi pañuelo desde la costa a Bernardo en la cubierta del barco, hasta que se perdió en el horizonte.

         * * *

   Bernardo me escribió algunas pocas líneas durante su estadía en Lima. Él estaba comenzando a ser un adolescente, y estudiaba filosofía, matemáticas y ciencias.
   Después de unos tres o cuatro años dejé de recibir sus cartas, y me preocupé mucho. Quizás haya sido porque yo no siempre le respondía. O lo hacía en forma breve, principalmente a través de Gregorio. Es que a mí no me gusta mi caligrafía.
   Por suerte la correspondencia se reanudó después de algunos meses. Esta vez venía desde Inglaterra. Bernardo no me contaba mucho. Creo que aprendió mi estilo breve.
   Por lo menos, supe que se embarcó en Callao, con destino a Cádiz en la Península, por órdenes de su padre, quien siempre financió los viajes, estadías y estudios de Bernardo. Lo recibió don Nicolás De La Cruz, que era el intermediario entre Ambrosio y Bernardo. De ahí, pasó a Londres, donde conoció a los que iban a ser sus tutores, Spencer y Perkins, intermediarios entre Bernardo y Don Nicolás.
   Me contaba Bernardo que en Inglaterra él era un bicho raro, proveniente de un país que casi nadie conocía. Pero lo trataban con respeto. Solamente al principio, tuvo dificultad de idioma.
   Estudió en Richmond, cerca de Londres, viviendo en una pensión estudiantil. Me quedó la idea de que el dueño era el mismo que estaba a cargo del colegio.
   Bernardo se daba tiempo para pintar acuarelas y tocar el piano. Le gusta lo artístico.
   Con tanto intermediario que había, el dinero se iba quedando atrapado en pliegues misteriosos. A Bernardo le llegaba apenas una parte de lo que Ambrosio enviaba. Sentí rabia, pero no pude hacer nada para mejorar esa situación, estando yo acá, tan lejos.
   Tengo una linda amistad con un hombre maravilloso, mi vecino, Manuel Puga. Somos casi como un matrimonio, pero no he querido casarme de nuevo. A él empecé a dictarle ahora mis respuestas a Bernardo.
   Hace poco tuvimos una hija. Se llama Nieves. Su hermana Rosa, que es muy maternal, me ayuda con ella.
   Llegó por estos lados la noticia de que Ambrosio fue nombrado Virrey, con sede en Lima. Es el cargo más importante al que se puede aspirar acá en América Hispana. Y pensar que, en algún momento, estuve enamorada de él...
   Por Rosita me enteré de algo más, pues a ella Bernardo le escribía con más extensión y detalles. Por ejemplo, de su vida amorosa. Bernardo se enamoró de Charlotte Eeles, la hija del dueño de casa. Les gustaba pasear a orillas del Támesis. Imagino a esta chica dándole ternura.
   Después de unos cuatro años en Inglaterra, Bernardo abandonó sus estudios, a pesar de que le iba muy bien. Su problema fue que estaba en apuros económicos. El último año en Inglaterra, a los veinte de edad, lo pasó en Londres. Probablemente con más de alguna dificultad que él no me decía, pero yo me daba cuenta, entre líneas. Quedé muy intrigada respecto a qué habría pasado en su relación con Charlotte.
   Bernardo me contó que le escribió a su padre, pues estaba muy afligido por su situación. No obtuvo respuesta de Ambrosio, pero al poco tiempo Don Nicolás le envió un pasaje para que viajara a Cádiz. Le pintó la cosa color de rosa. Sin embargo, en Cádiz, el viejo hizo trabajar a Bernardo sin más remuneración que la comida y el techo en su casa.
   Mientras tanto acá, murió mi padre, y me vino una especie de tristeza o añoranza, recordando mi niñez. Le escribí a Bernardo contándole. No sé si le puede haber afectado algo, si nunca conoció a su abuelo.
   Bernardo intentaba venirse desde Cádiz. Imaginando que llegaría a entenderse con su padre. Quería pertenecer a una familia, y hasta se embarcó en una fragata, pero ésta fue capturada por los ingleses. Bernardo estuvo prisionero en Gibraltar. Logró huir y regresar penosamente a Cádiz, a casa de Don Nicolás, otra vez.
   Ambrosio ya no ayudaba en nada, desde que fue destituido de su cargo. Incluso, Don Nicolás, amigo de Ambrosio, echó a la calle a Bernardo.
   Acá en Chillán no sabíamos en ese momento por qué cayó en desgracia Ambrosio. Casualmente supe yo, después, respecto a la existencia de una carta que Ambrosio envió a Don Nicolás, desligándose de Bernardo. Por ese motivo, empecé a sospechar que algo tenía que ver Bernardo en la caída de Ambrosio.
   Para peor, mi hijo se enfermó de fiebre amarilla, y estuvo a punto de morir. Hasta le dieron la extremaunción. Cuando me enteré, estuve con gran angustia.
   En cuanto pudo, Bernardo me escribió. Decidí hacer cualquier cosa por traerlo de vuelta. Vendí mis joyas, y le envié el dinero. Fue así que pudo iniciar nuevamente su vuelta a Chile.
   Bernardo estaba en viaje cuando ocurrió la muerte de Ambrosio. Según la noticia que llegó a Chillán, su salud se había deteriorado mucho al ser destituido. Imagino cómo se le vino todo su mundo al suelo. Me pregunto cuál fue la fuerza que lo hizo renunciar al infinito amor que yo le profesaba. Él también se lo debe haber preguntado a sí mismo en esos últimos meses. ¡Cómo se habrá cuestionado! Él privilegió una vocación de servicio público antes que sus afectos.
   La fragata arribó a Valparaíso, no sin antes pasar dos meses en Magallanes, en reparaciones.
   Yo esperaba que Bernardo no hubiera heredado aquella actitud de Ambrosio. Sin embargo, al llegar de Inglaterra traía una especial visión del mundo y de la sociedad. Se sentía preparado para participar en la creación de lo que él llama "la nueva historia". Hasta habla de querer llegar a tener una república independiente. Me da pánico.

         * * *

   Yo trato de cuidarlo. No sé cómo protegerlo, o cómo no hacerlo. Seguramente cometo errores, a juzgar por lo que me dijo una vez:
   -Mamá, ya no soy cabro chico.
   -Déjame ponerme al día -atiné a responder. Y nos reímos.
   Le organicé una fiesta de recepción. Invité al padre Francisco Javier, y a amistades y familiares, incluyendo a los Puga. Estaba también el padre Casimiro. Yo sé que fue amigo de Bernardo en la infancia. Tuvieron ahora un lindo reencuentro.
   Mi amiga Milagros, de repente se pone un poco pesada, pero yo la soporto bien. Me habló, muy preocupada:
   -Esta niñita Patricia...
   -¿Qué pasa con Patricia?
   -Es hija de la empleada, ¿no?
   -Sí.
   -¿No has visto cómo ella mira a Bernardo?
   -La verdad..., no me he fijado.
   -Pero Isabel, en qué mundo vives. Creo que no en el de ... ella...
   -¡Ah! Milagros, déjate de tonteras.
   De todos modos, decidí tratar de fijarme.
   Con Bernardo nos estamos encargando de administrar la hacienda Las Canteras, que heredó de su padre. O sea, él la administra, y yo le ayudo en lo que puedo. También Rosita y mi hermano Manuel.
   Hacia allá nos trasladamos en un largo viaje hacia Los Ángeles. En carreta para las mujeres, y a caballo los hombres.
   Hay harto trabajo en la hacienda: Casas que necesitan reparación, muchos trabajadores haciendo adobes. También, traer de vuelta el ganado disperso en fundos vecinos.
   Entre las muchas pertenencias que Bernardo llevó a la hacienda figura un hermoso piano vertical. A él le gusta tocar el piano.
   Hemos podido conversar bastante. De la fiebre amarilla, se salvó gracias a la quinina.
   Bernardo me contó de su admiración por Francisco Miranda, un profesor de matemáticas que tuvo en Inglaterra. Venezolano, desterrado en Europa. Más que matemáticas, aprendió con él la lucha por liberar a los pueblos coloniales del dominio de la Península.
   -Necesitamos realizar lo mismo que hizo Washington en la colonias inglesas -me decía Bernardo.
   Creo que esa amistad entre Bernardo y el señor Miranda puede haber trascendido, y si se supo en la corte de España, eso le ha significado a Ambrosio la destitución que tanto le dolió.
   Miranda es un gran tipo, al parecer. Se destacó como militar en España, y fue enviado a misiones, intentando rescatar Florida, en Norteamérica, y Gibraltar, en la propia Península. Sin embargo, en algún momento cayó en desgracia, por asuntos políticos que yo no alcancé a comprender del todo, cuando Bernardo me hablaba de eso. Y de ahí que se retirara a Inglaterra.
   -Bernardo, prefiero que en vez de hablarme estos temas complicados, me hables de Charlotte.
   Se puso a la defensiva, pero igual me habló de su amor, que no prosperó por varios motivos.
   -Las habladurías me desacreditaban -me dijo.
   -¿Qué habladurías?
   -Es que me fui con unos amigos a pasear a la costa, y gastamos más de lo que suponían los tutores.
   -Ya... ¿y entonces...?
   -Terminé con Charlotte -agregó después de una pausa-. La despedida fue fría.
   Esperé en silencio que él continuara.
   -Yo estaba avergonzado de mi pobreza -reconoció Bernardo-. Creo que arranqué de una sensación de repudio que, talvez sólo imaginé.
   No seguí preguntándole de ese tema, porque noté que le era doloroso.
   Bernardo ha empezado a usar el apellido de su padre: O'Higgins.
   A dos años de llegar, fue designado alcalde de Chillán. Y comenzó a visitar en Concepción, a don Juan Martínez de Rozas, descubriendo que éste también vibra con la idea de un Chile independiente.
   Bernardo se encariñó con Patricia, la niña de la que me hablaba Milagros. Pero, creo que aún no está en condiciones de enamorarse, pues todavía le pesa su fallido amor por Charlotte.
   Hace algún tiempo, Patricia intentó ser monja clarisa. Entró al convento, entusiasmada con esa nueva vida que tendría. Duró sólo un par de meses. Volvió indignada porque las monjas, además de tener prejuicios sociales, la obligaban a hacer todas las actividades de servicio, mientras ellas se iban de alivio.
   -Para eso... -me dijo Patricia-, mejor me quedo acá, que es como mi casa.
   Me acordé de los temores de Milagros, así que quise sondear un poco a Bernardo.
   -Desde que me transformé en terrateniente -me dijo-, las señoras encopetadas me persiguen para sus hijas. No me explico cómo vive en mí una gran fuerza para combatir los prejuicios sociales, al mismo tiempo que caigo en ellos. Humillo a la niña que amo, porque es hija de una empleada. ¿Te das cuenta?, hago el mal que no quiero hacer.
   -Estás hablando como San Pablo.
   -¡Pero, mamá...!
   Es que estoy orgullosa de mi hijo, y comparto sus ideas de progreso.
   El caso es que, después de un tiempo, Patricia quedó embarazada. Miré a Bernardo con ojos de interrogación.
   -Vas a ser abuela -me dijo, por toda respuesta, y no se volvió a conversar el tema.

         * * *

   Acompañé a esta chica durante la gestación, y en los primeros meses del bebé, una niñita, que se llamó Petronila, pero le decimos cariñosamente Petita.
   Por ese tiempo, la hacienda Las Canteras estaba próspera.
   Bernardo adora a Petita, y siempre se ha preocupado de que tenga buena instrucción escolar, lo que no es común en el caso de las niñas, y menos tratándose de la servidumbre.
   Pasó un tiempo, y se casó Nieves. La fiesta fue memorable.
   Siguió pasando el tiempo, y algo asombroso ocurrió en el país. Fue el día 18 de Septiembre de 1810. Nunca olvidaré esa bendita fecha, en que un puñado de hombres valientes dio el primer paso ciudadano para llegar a ser un país libre. Fue apenas como una expresión rebelde de dignidad, en que formaron una junta de gobierno, sin tener muy claro cuánto tardaría la corona española en intentar aplastarla.
   Don Juan Martínez de Rozas formó parte de esa junta. Bernardo, que siempre ha conversado mucho con él, empezó a organizar un pequeño grupo armado, con los inquilinos de nuestra hacienda. Lo mismo ocurrió en muchas otras partes del Reino de Chile. Así, fue formándose un verdadero ejército. Importante fue la ayuda de Fray Rosauro Acuña, quien además de religioso es médico.
   El padre Casimiro era capellán. Acostumbraba a conversar con Bernardo. Uno de los temas era el celibato sacerdotal, pues Bernardo está en contra de esa costumbre. Casimiro lo disuadió de seguir insistiendo en eso.
   Nieves nos visita de vez en cuando. Al año de haberse casado, tuvo su primer hijo, llamado José.
   Y el tiempo está cada vez más vertiginoso. Va a haber un parlamento, aunque la gente no cree mucho en lo que parece ser utópico. Entonces, se difundió la proclama de Quirino Lemáchez, para que la gente votara en la primera elección parlamentaria que habría.
   A los pocos meses se formó el Congreso, mediante la votación popular. Bernardo fue elegido Representante. Pero, junto a los patriotas fueron también elegidos muchos representantes con tendencia realista. Así se les llama a los que no quieren la independencia.
   En ese estado de cosas, el parlamento empezó a caminar a tropezones, para gran disgusto de Don José Miguel Carrera, General del nuevo ejército que estábamos teniendo.
   A fines de ese mismo año, Carrera dio un Golpe y se estableció como gobernante del país en proceso de independizarse, y disolvió el parlamento.
   Apareció el diario "La aurora de Chile", de fray Camilo Henríquez. Un hombre extraordinario. Todos dicen que él es el misterioso Quirino Lemáchez.
   Las cosas anduvieron bien, al comienzo, pero la Península envió miles de combatientes de refuerzo. Así y todo, los patriotas los vencieron en algunos combates. Yo tenía el alma en un hilo durante cada uno de éstos. Participó mi hermano Manuel, junto a Bernardo.
   Los realistas se refugiaron en Chillán, nada menos que aquí cerquita. Y atacaron nuestra hacienda Las Canteras y nos llevaron a las mujeres en calidad de prisioneras.
   Fue un cautiverio atroz, de cinco meses. Pasamos hambre y malos tratos, y hasta estuvimos a punto de morir, varias veces.
   Gracias a la insistencia de Bernardo, Don José Miguel accedió a efectuar un canje de prisioneros, y al fin pudimos salir libres. Mucho tuvo que ver en esto el éxito que tuvo Bernardo en la hacienda de El Roble, mientras nosotras estábamos prisioneras. Después me contó Bernardo que cuando las fuerzas patriotas estaban prácticamente derrotadas en El Roble, se la jugó, con más valentía que con conocimientos de estrategia, y logró vencer.
   Mientras tanto, la vida sigue. Nieves ya tuvo su segundo hijo, Vicente.
   Las cosas, en el país, se anduvieron complicando. Eso de que Bernardo tuviera un estilo tan distinto al de Carrera los hizo llevarse mal en algunas oportunidades. Sin embargo, ambos trataban de mejorar su disposición a aceptarse mutuamente.
   Las fuerzas patriotas llegaron a estar muy divididas, además de dormidas en sus éxitos. Estas debilidades fueron bien aprovechadas por los realistas, que se las arreglaron para vencer en Rancagua, en lo que fue tan desastroso que se terminaron las posibilidades de lograr la independencia. Vaya a saber una por cuánto tiempo se prolongará esta triste situación.

         * * *

   Después de la derrota en Rancagua, Bernardo corría peligro de muerte, así que tuvimos que salir del reino de Chile. Cruzamos la cordillera, y nos instalamos en Mendoza. Con Rosita, que también vino con nosotros, trabajamos vendiendo cigarrillos.
   De ninguna manera estábamos tan instalados. Bernardo no iba a dar por terminada su misión liberadora. Fue dura la vida en Mendoza, pasando dificultades económicas.
   José de San Martín tiene una excelente opinión de Bernardo. Se llevan muy bien. Así fue cómo mi hijo pasó a ser el jefe de los refugiados chilenos. Preparando un ejército libertador. Debido a eso, nos trasladamos a Buenos Aires.
   En cambio, Carrera, que también se fue a Mendoza, como casi todos los patriotas chilenos, no estuvo en consonancia con los argentinos. Desde el principio, le costaba mucho reconocer la autoridad de otra persona, en este caso, San Martín. Y como si eso fuera poco, los hermanos de Carrera entraron en actitudes conspirativas, lo que les hizo ganarse el repudio de los jefes. Don José Miguel optó por irse a Norteamérica en busca de ayuda.
   Un año estuvimos en Buenos Aires, y después volvimos a Mendoza. Pasamos otro año más, en que Bernardo estaba ocupadísimo preparando la expedición.
   En ese tiempo, había un patriota muy valiente y capaz, que iba y venía desde y hacia Chile, trayendo noticias. Con diversos disfraces, siempre burlando a sus perseguidores. Su nombre es Manuel Rodríguez.
   Y llegó el día en que el ejército libertador estuvo listo y partió hacia Chile. Fue una travesía difícil cruzar la cordillera de Los Andes. A pesar de todo, los patriotas guerreros vencieron en un combate cerca de Putaendo, y eso les dio una tremenda fuerza de ánimo. Tanto, que a los pocos días lograron la victoria en una batalla importante. De ahí, no les costó entrar triunfantes a Santiago y retomar el poder.
   San Martín nombró a Bernardo como Director Supremo. No quiso ocupar ese cargo él mismo, ya que su misión continuaría yendo a liberar el reino del Perú.
   Con Rosita pudimos volver a Chile, a vivir con Bernardo, en el palacio de gobierno. Al llegar, me enteré de que Nieves tuvo una niñita, Vitalia.
   Mientras tanto, los realistas nos habían quitado la hacienda Las Canteras. Y eso no es nada, comparado con lo que les pasó a otras personas. A Fray Rosauro Acuña lo relegaron a la isla Juan Fernández, y ahí se dedicó a atender enfermos. Al producirse una epidemia, se contagió y murió.
   En un viaje a Concepción, Bernardo se reencontró con Rosario, hija del Gobernador, y sobrina de Manuel Puga. La había conocido años atrás, cuando ella era niña chica. Ahora ya era una jovencita preciosa. Se enamoraron. El problema es que Rosario es una mujer separada, a pesar de su corta edad, pues apenas ha pasado los veinte. Es que a la pobre la casaron siendo muy niñita, con un tipo al cual ella nunca quiso.
   Después de unos pocos meses, Bernardo trajo a Rosario a vivir en Santiago, en pleno centro. La sociedad santiaguina se escandalizó de esta relación, que anda en boca de todos.
   Al año de volver a Chile sucedió algo muy desgraciado. Los realistas, que aún tenían la esperanza de recuperar este reino, se prepararon para conquistar Santiago, viniendo desde el sur. Los chilenos intentaron atajarlos cerca de Talca, y ahí se produjo una de las batallas más feroces, y triunfaron los realistas.
   A Santiago llegaron noticias espeluznantes, de boca de unos pocos combatientes que habían huido. Estaban éstos comandados por un tal Monteagudo. Decían que el ejército chileno estaba destruido, que O'Higgins y San Martín habían muerto en el combate, y cosas así. Al principio, se me vino el mundo al suelo. Era tan terrible el panorama, que yo no quería creerlo. Me fui a la iglesia a rezar.
   Como reacción a estas noticias desastrosas, el gobierno interino en Santiago empezó a preparar una huída a Mendoza. Menos mal que Manuel Rodríguez puso la cordura y la valentía que se necesitaban. No estaba dispuesto a una nueva reconquista por parte de España. Se apropió del gobierno interino y arengó a los ciudadanos del cabildo, en el sentido de confiar que no todo estaba perdido, que aún teníamos patria. Y, al no contar ésta con un ejército, él se puso a crear uno nuevo, que llamó Húsares de la Muerte, y repartió armas, para la defensa de la ciudad de Santiago, que estaba siendo amenazada.
   Pocos días después, llegó desde el sur a Santiago nuestro verdadero ejército, con el propósito de defender la ciudad. Me volvió el alma al cuerpo, al darme cuenta que los rumores habían sido falsos. Venía San Martín, y también Bernardo, aunque herido en un brazo.

         * * *

   La herida del brazo de Bernardo ya estaba infectada cuando él llegó a casa de Rosario. Por eso, tuvo mucha fiebre. La mujer estaba embarazada, y cuidaba a Bernardo. Y yo también acudí, para ayudar como podía.
   Mi hijo estuvo delirando durante unos días, hasta que por fin le bajó la fiebre. Recién entonces me tranquilicé, aunque por un rato, solamente. Alguien vino a decir que San Martín estaba combatiendo en Maipú para atajar a los realistas. Hacia allá partió Bernardo.
   -¡Ay! -me dije yo- ahora sí que me lo matan.
   Pero, nada de eso ocurrió. La batalla fue un triunfo. Definitivo para el nuevo reino de Chile que estaba comenzando. Durante ese combate, los Húsares quedaron defendiendo la ciudad de Santiago, por si los realistas hubiesen tenido la victoria en Maipú.
   Mientras Rodríguez estuvo gobernando en calidad de reemplazante, acostumbraba a entrar a caballo al patio del palacio de gobierno. Desde mi ventana, yo lo veía todos los días. Lo mismo hizo aquella mañana, cuando no sabía que Bernardo había vuelto a ocupar la oficina de Director Supremo. Pero, esta vez, los guardias le advirtieron que él ya no estaba gobernando, y que tuviera a bien respetar la institucionalidad restaurada. Como la respuesta de Rodríguez fue áspera en contra de los guardias, éstos lo detuvieron y se lo llevaron a un lugar de reclusión cercano.
   Pensé que, al enterarse, Bernardo iba a aclarar este lío, pero no fue así.
   -¿Qué está pasando? -le pregunté.
   Me dijo que vio entre los papeles, uno muy extraño en que Rodríguez hacía gestiones para que Carrera volviera a Chile. Bernardo estaba ahora tratando de echar atrás todo eso.
   -Mientras tanto -agregó-, prefiero que Rodríguez esté fuera de circulación por unos días. Después lo liberaré.
   Sin embargo, todo se complicó. Rodríguez fue sacado de su celda, para trasladarlo a Quillota. Y en el camino lo ejecutaron.
   Bernardo se enfureció. Muy pronto descubrió al culpable, aquel que dio la orden de matar a Rodríguez, era el mismísimo Monteagudo. Éste fue expulsado del ejército y del país.
   Talvez fue a raíz de esto mismo que la relación de Bernardo con Rosario empezó a deteriorarse. Apenas a los pocos meses de haber nacido el bebé de Rosario. Es igualito a Bernardo, su padre. Se llama Demetrio. He estado ayudando a cuidarlo, como habría querido cuidar a mi hijo cuando niño.
   El caso es que Rosario y Bernardo estuvieron a punto de separarse, pero logré que se reconciliaran. No me gusta verlos sufrir. De todos modos, no se entendieron, y terminaron, al año siguiente.
   Por su parte, Nieves enviudó. Mi yerno Borne fue muerto en Talcahuano por los guerrilleros de Benavides, un tipo detestable, que había sido soldado patriota, en el comienzo. Se pasó al bando realista, junto a su hermano, cuando éstos tuvieron serios conflictos contra los Carrera. Mucho más tarde, los Benavides fueron apresados, en la batalla de Maipú, y por su historial fueron ajusticiados. Sin embargo sólo uno de ellos murió realmente, el otro se hizo el muerto, y en un descuido de los guardias logró escapar herido.
   Por ese mismo tiempo, partió a Perú la expedición libertadora, al mando de San Martín. El gobierno chileno le proporcionó soldados y naves. Esto último fue lo que molestó a muchos dirigentes chilenos, en los que predominó el egoísmo. Me dio mucha rabia esa actitud de señores que se dicen patriotas, y tienen un concepto muy errado de lo que es patria.
   A pesar de todo, había calma en el país. Por lo menos, aparente. Igual, pasaban cosas. Como lo que ocurrió un Domingo, en la misa de la Catedral. Manuela, la esposa del señor Prieto, entró a la iglesia vistiendo un traje muy ajustado. Las miradas masculinas se desviaban hacia ella. El cura consideró que su vestimenta era impropia, y la obligó a abandonar el templo. A casi todos nos pareció mal la actitud del cura. Fue algo muy comentado. Más que nada porque este sacerdote es un reconocido realista. Lo que pasó al final, después de muchas discusiones, cada vez más ásperas, fue el destierro del cura. Me pareció que era una desproporción hacerlo, y hablé de eso con Rosita. Ella lo conversó con Bernardo. Sin embargo, no cambió la situación.
   Rosita nunca se quiso casar, aunque no le faltaron pretendientes. Es que ella es casi como monja. Católica de las severas. Trabaja de voluntaria, con gran dedicación, buena voluntad y ternura, en el orfanato que está en la Calle de los Huérfanos, que se le ha puesto informalmente ese nombre, precisamente por el orfanato.
   Es un poco chistosa la forma como la gente ha estado bautizando las calles. Por ejemplo, ocurrió que el dueño de una tienda de géneros, tuvo la genial idea de fabricar una gran bandera, y la puso en un mástil en la fachada de su tienda, y así ha tenido más clientela. A su calle le están diciendo ahora Calle de la Bandera. Y otra, donde está la casa en que se fabrica la moneda, ya se está llamando Calle de la Moneda.
   Se me pasó rápido el tiempo, y de pronto ya estaba volviendo San Martín a Chile, con la misión cumplida, pero enfermo de tifus. A mí me correspondió cuidarlo, hasta que se restableció.
   El gobierno autoritario de Bernardo estaba teniendo cada vez más dificultades, y hasta los intendentes empezaron a quitarle su apoyo. Una de las cosas que tenía más mal a la gente era la colaboración en el gobierno, como ministro de Hacienda, de un ex-realista chillanejo, amigo de Bernardo.
   -Es que es el único que sabe manejar las platas -decía Bernardo.
   Él estaba convencido de que sólo un Gobierno fuerte podría consolidar la independencia de Chile.
   El ministro aquel tenía muchas funciones importantes. Hasta redactó una Constitución, algo que el país estaba necesitando. Sin embargo, ésta fue muy resistida.
   Después de tanta cosa, Bernardo fue obligado a renunciar. Y lo hizo con dignidad, diciendo al retirarse finalmente de la asamblea:
   -Quiero que me digáis qué mal he causado por malas pasiones. Y si de verdad lo hay, matadme.
   Nadie lo acusó de nada.

         * * *

   Días después de su abdicación, recibió Bernardo una carta desde Inglaterra. Era de John O'Brien, amigo suyo y conocido también de la familia Eeles. Le enviaba un retrato de Charlotte que el mismo Bernardo pintó cuando estuvo en Richmond. Y le informaba que Charlotte murió.
   Bernardo me mostró el retrato, con toda la añoranza, mientras embalábamos nuestras cosas para viajar a Lima. No resultaba prudente ni seguro quedarnos acá, estando Bernardo perseguido por el nuevo régimen.
   Nos reunió y nos habló diciendo que tendría que dejarnos porque él se iba al exilio. Rosa y yo le dijimos con claridad que jamás lo abandonaríamos.
   Queríamos irnos con él. Y así se hizo. Para Bernardo fue algo insólito y lindo. Nos fuimos, con Rosa también, y Demetrio, y la empleada Patricia, con Petita.
   Patricia nunca permitió que Petita fuera sirvienta.
   -Tendrían que pasar sobre mi cadáver -dijo una vez.
   El niño Demetrio había estado viviendo con su madre hasta ese momento, pero lo visitábamos a menudo. De hecho, yo era la que más me preocupaba de él. Y Bernardo corría con todos los gastos que el niño significaba. No fue fácil convencer a Rosario que lo mejor para su hijo era ir con nosotros al Perú. Incluso, Bernardo le ofreció que si quería ella misma también vendría con nosotros. Pero, Rosario no quiso irse de Chile.
   Bernardo fue muy bien acogido por las autoridades en Lima. Sin embargo, después de unos pocos meses en esa ciudad, tuvimos que trasladarnos a Trujillo porque Simón Bolívar pidió a Bernardo que participara en una mediación entre él y un oficial rebelde. Al final, éste último no quiso saber nada que se refiriera a concordia.
   Cuando ocurrió otra sublevación, Bernardo fue integrado al Ejército Unido Libertador. Continuaron las batallas. Es el destino guerrero.
   Después de la victoria final, nos trasladamos a Lima nuevamente. A la hacienda Montalbán, que nos fue donada por el gobierno del Perú. La hacienda estaba en muy mal estado. Hubo que trabajar bastante para recuperarla, y poder comercializar sus productos.
   Yo tenía la esperanza de volver a mi país, en cuanto fuera posible. Pasaron los años, y la situación en Chile no mejoraba para mis propósitos.
   En algún momento, Bernardo estuvo en conversaciones con el presidente Gamarra, acerca de la unidad hispanoamericana. Eso no ha prosperado. Más aún, el año pasado, casi se produjo una guerra entre Chile y Perú. Afortunadamente, se firmó un tratado de paz entre estas naciones.
   Un día, llegó a la hacienda, viniendo desde Chile, mi nieto José Borne con una carta de Nieves, pidiendo ayuda para él. Lo acogimos, a pesar de que la situación económica no ha estado nada de bien. Bernardo lo puso como ayudante en nuestro campo.
   Estuve presente en el crecimiento de los niños, a lo largo de un tiempo, que a veces se hacía muy largo, y otras veces, muy corto.
   Llegó el día en que Petita se casó con Toribio, el administrador de la hacienda. Tuvieron un hijo, que se llamó Bernardo, como su abuelo. Me pusieron de madrina, a pesar de que ya estoy anciana..., y enferma.
   Demetrio ya es un hombre de veinte años.